Relato del frenético oficio de vender hielo
Ver hombres que arrastran en carretillas bloques de hielo desafiando la crueldad del calor meridano, siempre me recordaron al escritor Gabriel García Márquez y a su personaje Aureliano Buendía, de “Cien Años de Soledad”. Ellos dos conocieron el hielo como a los ocho años y, cuando lo tocaron, se estremecieron al descubrir que era frío. Hoy por primera vez en mi vida entrevisté a un repartidor de hielo del mercado Lucas de Gálvez y yo también me estremecí cuando me quemó el frío del hielo… Pasen y lean:
Cada vez que veo como hoy a un hombre arrastrando apresurado una carretilla llena de bloques de hielo, recuerdo al escritor colombiano Gabriel “Gabo” García Márquez. En “Vivir para contarla”, el premio Nobel de Literatura nos compartía que conoció el hielo cuando tenía como ocho años y su abuelo lo llevó a ver pargos congelados. Gabo recordaba que había tocado el hielo y le estremeció el descubrimiento de que era frío. Así, Aureliano Buendía, el protagonista de su universal “Cien Años de Soledad”, recordaría, como su creador, cuando conoció el hielo como él, pero frente al pelotón de fusilamiento.
Todas esas cosas se me cruzaron hoy a las 10 am, cuando José Cruz Blanco y su hijo Efrén Alejandro picaban el hielo de una marqueta (medida de bloque de hielo) frente a mis ojos, cerquísima del Mercado Lucas de Gálvez. Hace años que veo a estos repartidores de hielo, siempre recuerdo a García Márquez y hoy por primera vez en mi vida le pregunté a José por su oficio.
“Hace 37 años que soy repartidor de hielo. Mi papá fue toda la vida albañil, pero yo me dedico a esto”, me cuenta. José es empleado de una distribuidora que le compra el agua congelada en marquetas a la hielera Continental y, todas las madrugadas, él la recibe en el Mercado Lucas de Gálvez a las 3:30 y 4 am. A partir de esa hora o más tardar a las 5 am ya comienzan a repartir el hielo. Su hijo Efrén Alejandro le ayuda.
“Una marqueta trae ocho octavos y cada octavo se vende a 45 pesos”, me explica José. “Vendemos a puesteros del Lucas de Gálvez y a gente de los locales y negocios alrededor del mercado”, detalla. A José le compran hielo para conservar alimentos y para enfriar jugos, refrescos, agua o lo que sea.
“Vendemos entre 12 y 13 marquetas por día y apenas se terminan, vamos a buscar más al depósito del mercado y así la llevamos”, me cuenta.
El clima es determinante y un poco cruel con José y con Efrén. Contrarreloj, los dos hombres van casi corriendo de aquí para allá para vender antes de que se derritan las marquetas. José indica y Efrén dirige la carretilla, se detiene ahí, pica el hielo, carga con un gancho y entrega aquí y allá. Todo se hace sincronizado y en cuestión de segundos.
Voy casi corriendo al lado de ellos dos para conseguir la nota. José me cuenta que trabajan de lunes a domingo y está feliz de hacerlo, hace más de tres décadas. Así mantiene a su familia y ejerce un oficio tan tropical y atemporal, tan arraigado y necesario… Tan nuestro.
Recordé al Gabo de la vida real y al Aureliano de la ficción y yo también, como niña, pasé mi mano sobre el hielo. Y sí, me quemó su frío, como a esos dos niños universales.- Cecilia García Olivieri.