“Ves a tu hijo cuando dejas de ver la condición que tiene”
Viernes Sudaca
Por @laflacadelamor
Esta columna tiene que ver con la empatía.
No conocía a la mujer que entrevisté pero tenemos cosas en común, además del género: nacimos en lugares diferentes, tenemos edades diferentes pero a las dos nos gusta reírnos (la risa de Anahí es fuerte, sonora y clara como el agua). Ah, y las dos somos madres.
Anahí y yo fuimos fábricas de humanos que crecieron y se alimentaron de nosotras durante meses hasta que decidieron nacer. Mis hijos completaron sus ciclos, pero Enrique, el hijo de Anahí, decidió salir de la panza antes de tiempo.
“Kikito” le dice su mamá a Enrique y no es un apodo casual. Enrique vino al mundo hace poco más de dos años luego de estar seis meses y medio adentro de Anahí. Cuando lo sacaron de su panza, pesaba 730 gramos y medía 35 centímetros. Lo primero que hizo cuando vio el mundo lloró como loco y Anahí lloró de felicidad. En ese momento tuvo la certeza de que todo iba a estar bien.
Como sus papás, Kikito es vallisoletano pero nació en la T1 porque sólo tenía 27 semanas de vida y necesitaba cuidados especiales. Dos meses estuvo en incubadora hasta que ganó peso para irse a casa con sus papás. Todo marchaba perfecto sin embargo, una neonatóloga de la T1 –Anahí no recuerda su nombre- un día habló con los papás.
De esta plática, Anahí recuerda la informalidad y la falta de tacto. Como en un “comentario”, les dijo a los papás que Enrique podía tener rasgos característicos de síndrome de down. No lo confirmó, sólo lo comentó de una forma poco profesional y ahí quedó todo.
Anahí y su esposo consultaron con una genetista y luego de un cariotipo (estudio que analiza el patrón cromosómico), el resultado fue positivo: había un cromosoma de más y Kikito tenía síndrome de down. La condición nunca fue detectada durante el embarazo.
Anahí busca una palabra, un adjetivo para definir la noticia y le sale el adjetivo “fuerte”. Así fue. No recuerda una noticia como un golpe, sino como algo inesperado, que sacude. E inmediatamente recuerda que vino un momento de agradecimiento, a Dios por hacer que Kikito esté con ella y a Chiquito por todo lo que luchó y las ganas que le echó a la vida para estar con ellos.
También recuerda que su esposo Enrique lo tomó de la misma forma y hasta con más serenidad. Los dos coincidieron en que todo iba a salir bien y ahí estaban para amar a Kikito, para ser familia. El nené, asegura Anahí, los unió más que nunca como marido y mujer.
Cuando le pregunto a Anahí qué es para ella ser mamá, inmediatamente me habla del amor que sintió sin conocer a Kikito, por eso para ella es único, precioso e inexplicable.
Como mamá, Kikito la llenó de fortaleza, paciencia, sensibilidad y le hace trabajar día a día la sobreprotección para no excederse. Porque su hijo vino a cambiarle la vida para bien, es su luz, lo que le da fuerza en la vida, su camino…
Sin embargo Anahí tiene bien en claro que Kikito sólo tiene una condición genética y eso no lo hace un niño especial. Su labor como mamá es criarlo independiente, sin sobreprotecciones, para que forme un carácter autónomo para que sea, sobre todo, un hombre feliz.
En la guardería se adaptó sin problemas, convive perfectamente con sus pares, es sociable y las maestras hablan maravillas de él. Y por ese camino va este nené que en septiembre cumple tres, creciendo con amor.
Hay algo en la plática que tuvimos con Anahí que me quedó dando vueltas en la cabeza. Ella me dijo: “Ves a tu hijo cuando dejas de ver la condición que tiene”. Como la noticia que le dieron a ella hace más de dos años, a mí también me sonó “fuerte” la frase, me sacudió y me abrió los ojos.
La maternidad y Kikito le enseñaron a Anahí a mirar a su hijo como un niño normal, común, sano -como lo que verdaderamente es- cuando dejó de ver su condición de down. “Cambiar el chip”, me dice ella y cuánta razón tiene…
Porque hablamos mucho de inclusión, pero de la boca para afuera. Porque todavía nos cuesta mucho aplicar la palabra y que no sólo sea letra muerta el Día Mundial del Síndrome de Down, porque un chico con esta condición lleva una vida regular, puede ser conferencista, chef, tener su negocio propio, se enamora y ama como Anahí, yo o tú, como cualquier persona.
Las oportunidades que se le presentarán en la vida a Kikito son infinitas y así lo determinaron su mamá y su papá. Los médicos les dijeron que caminaría a los tres años y al año y medio ya daba sus primeros pasos, habla como un chico acorde a la edad que tiene, se hace entender también perfectamente con señas y gestos y vive la vida repleto de alegría, con una carcajada bien sonora y clara como la que le heredó su mamá.
Y regreso al comienzo de la columna: hoy empaticé con una mujer que se ríe bien bonito y con la que me identifico plenamente. Las dos criamos hijos y queremos un mundo inclusivo para ellos. Ojalá logremos más sororidad, empatía, crianza con mente abierta y, sobre todo, que la palabra “inclusión” salte de las bocas, se deshaga en palabras y se convierta en hechos. Empecemos de a poquito, por cada uno de nosotros.
Gracias Anahí Guadalupe Novelo Carvajal por esta columna y gracias a Kikito hermoso por tanto amor y tanta vida.
Felicidades a este pequeño gladiador de la vida porque se sobrepuso a todas las adversidades
Gracias por tu comentario, Gabriel!!!