“Stabat Mater”, el dolor de una madre… Y de un padre con un mensaje de esperanza
“Dolida estaba la Madre/llorando junto a la cruz/ mientras el hijo colgaba”, así de tremendo y desesperante vivimos “Stabat Mater” de Antonin Dvorak, en su personalísima versión de solistas, coro y Orquesta Sinfónica de Yucatán. Y anoche nos encontramos en la Catedral de San Idelfonso para disfrutar de esta obra más cultural que religiosa, más sensorial que católica, más uterina que del alma. Y en medio de tanto dolor, hacia el final nos llegan voces y música que nos consuelan, abrazan y reconcilian con la vida. Pasen y lean:
“¿Qué hombre no lloraría/viendo a la Madre de Cristo/ en semejante suplicio?”, se pregunta la versión vaticana de “Stabat Mater”, cantada anoche en la Catedral de San Idelfonso por dos mujeres, dos hombres solistas y un coro enorme… Y una vorágine lúgubre de melancolía, tristeza y ternura a la vez nos envuelve, al ritmo de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY).
Por primera vez en mi vida viví una experiencia más cultural que religiosa, más sensorial que católica, más humana que mística, más uterina que del alma. Tuve el placer de disfrutar en la Catedral (de forma totalmente gratuita) de “Stabat Mater”, la obra musical para solitas, coro y orquesta del compositor checo Antonin Dvorak que viene con un plus bastante particular. Esta obra narra la historia tremenda de la Virgen María, viendo el suplicio de su hijo Jesús en la crucifixión. Y bueno, tiene este plus porque Dvorak no es mujer, pero perdió en un corto lapso de tiempo a tres de sus hijos. El músico papá, como María, vio morir a su descendencia: lo más tremendo y contranatura. Dicen que esto lo inspiró a hacer esta versión tan personal de Stabat Mater, que es un poema medieval del siglo XIII.
Entre los añejos claustros de la Catedral de San Idelfonso, con ese Cristo enorme de madera y crucificado de fondo coronado por una luz violeta, el presbiterio y el altar se llenó de instrumentos, músicos y cantantes. Dirigiendo la batuta, ahí estaba él, el director artístico de la OSY Jósé Areán, bailando con su batuta. El señor levanta, mueve, agita, va y vuelve, se contornea, suda y asiente, se encorva, se endereza, abre los brazos mucho y poquito y con todo eso sale la música y las voces cantan. Hermoso todo.
“Ha visto a su dulce hijo/muriendo abandonado/exhalando su último suspiro”, cantan en Stabat Mater. Y pienso en las pérdidas de Dvorak, pienso que no era mujer, que no tuvo útero para engendrar y dar a luz a sus tres hijos y pienso también que el dolor por la pérdida de tu descendencia puede ser tan tremendo para quien lo parió como para el padre.
Y este músico maravilloso así lo demuestra con su obra, que en sus diez partes individuales, nos llevan por un sinfín de emociones: desde tristeza profunda, sensaciones lúgubres de voces y tonos bajos, lamentos sopranos y dolor en acordes que nos hacen pensar en muerte y sufrimiento, como el de María, como el de Dvorak. Pero… Algo pasa al final…
Aunque la tragedia personal de esta madre de Dios y este padre músico parecen no tener fin, hacia el final de Stabat Mater, Dvorak parece no permitirse la desesperación trágica ni la desesperanza absoluta. Entonces, como si corriera un velo y se secara esas lágrimas eternas, la música y las voces que guía el maestro Areán se tornan menos melancólicas, desgarradoras y suavemente sentimos como si nos consolaran, nos abrazaran en la fe, en que todo sigue y puede haber luz en el camino.
Stabat Mater se disfumina en un “Amén” suave, de catarsis, reconciliación y esperanza. Hay tristeza, hay muerte, pero también hay vida. Siempre.
Hoy viernes a las 8 pm y el domingo a las 12 pm, podrás disfrutar de Stabat Mater en el Palacio de la Música. Las entradas están a $400. Más información en https://sinfonicadeyucatan.com.mx/ .- Cecilia García Olivieri.