Relato de una sudaca en medio de un huracán
Miércoles Sudaca
Por @LaFlacadelAmor
A lo más terrible en cuestiones climatológicas que se había enfrentado LaFlacadelAmor en su vida, fue a una inundación en la ciudad de Buenos Aires en un agosto de fines del milenio pasado, cuando tuvo que salir a trabajar de su casa “con el agua hasta las rodillas”. Ilusa de ella que tanto se quejó y horrorizó de esa vivencia… No sabía que, unos pocos años después y ya en el nuevo milenio, le tocaría vivir en carne propia la furia de Isidoro.
Porque si de algo pueden estar tranquilos los sudacas es que, hasta el momento, no les ha dado en la torre un huracán. Sí hay inundaciones cabronas, puedes estar sin luz y agua durante días, pero nunca se asemejará a la vivencia de un huracán, que se lleva todo a su paso y gracias, un gusto, buenas tardes.
Hace 19 años hoy, LaFlacadelAmor vivía en Mérida, en una casa en el fraccionamiento Polígono 108. Le llamó un poco la atención la premura de su pareja yucateca en ese entonces, “paniqueado” por las compras antes de la llegada de Isidoro ¿Será para tanto? Se preguntaba la sudaca y le decía al yucateco “Exageras, ninio”, imitando mal el acento aporreado, con la mano en la cintura y revoleando un rebozo imaginario.
Los recuerdos le llegan ahora confusos a la mente. Recuerda que comenzaron las lluvias intensas y el viento empezó a aullar como loco, mientras tanto caía la tarde y se cortaba la luz en el fraccionamiento. Hasta el momento tenían velas, alguna bebida espirituosa y cigarros: todo estaba bien.
Pero las ventanas y las puertas empezaron a sacurdirse y la noche se hizo negrísima. El viento ya no aullaba, más bien gritaba con alaridos tremendos y no había forma de callarlo. Y el agua empezó a entrar en la casita… Miedo total.
Y a la sudaca se le ocurrió una idea brillante. Pensó, idiotamente, que era necesario abrir la puerta y sacar el agua y aunque su marido yucateco trató de disuadirla de todas las formas posibles, ella era más porfiada que él. “Dale, vos abrís la puerta, la mantenés así unos segundos y yo trato de sacar el agua con un jalador”.
El hombre, harto de su insistencia necia pero también viéndola con miedo, finalmente accedió. Fue a la cocina, se paró al lado de la puerta y le dijo: “Cuando estés lista para quitar el agua, abro la puerta”. Ella, como una girlscout, le dijo “Lista” y esperó el movimiento.
Pero no pudo ni mover un pelo… Cuando el yucateco abrió la puerta y ella visualizó la noche huracanada en todo su esplendor, se quedó petrificada. Dos segundos después, el yucateco cerraba la puerta de un golpe y le decía: “¡Viste, te lo dije, no se puede quitar el agua!”
Lo que LaFlacadelAmor vio es difícil de poner el palabras pero lo intentaremos: “Los árboles se zarandeaban como si fueran a salirse de la tierra, el agua y el viento corrían despavoridos dando círculos locos y la noche era negra, blanca y brillante, cruzada por truenos y relámpagos. La sensación era de miedo y de sentirse chiquititos ante la imponente naturaleza en su esplendor. No somos nada”, dijo cabizbaja LaFlacadelAmor.
Con las primeras luces del alba llegó la calma y salieron a la calle. La ciudad parecía en ruinas y las noticias fueron más desalentadoras todavía. Isidoro tuvo un lento andar por Yucatán que duró 36 horas y después vieron días y días sin luz ni agua, paredes negras de moho que brotaba hasta por los poros y una tristeza difícil de quitar.
“Lo cuento y me angustio”, dice hoy y 19 años después LaFlacadelAmor. Claro que se vuelve a la normalidad después de un huracán, pero cada año existe la posibilidad de que regresen estos fenómenos naturales a visitarnos.
Ahora, de vuelta en Yucatán, la sudaca ya es más precavida, maneja mejor la ansiedad y la angustia y sabe que un poco de agua adentro de la casa no la va a ahogar. También aprendió con el paso de Isidoro sobre solidaridad y empatía, dos temitas que no hacen falta que un huracán te los venga a enseñar, pero igual vale la pena aprenderlos.
(Las imágenes son de medios locales de internet).