Relato de una mujer que está sanando
VIERNES SUDACA
Por @laflacadelamor
¿Viste cuando conocés a alguien por primera vez y te da la sensación de que la conoces de toda la vida? Bueno, eso me pasó el otro día, cuando hablé por primera vez con Candy.
Empezamos platicando de otra mujer que sufre y terminamos hablando de ella, que está sanando. Pero antes pasó por mucho dolor, vergüenza y culpa, así, en ese orden lo dice. Y silencio, agrega. Porque “De eso no se habla”, la violencia que se vive en carne propia no se comparte … Hasta que uno empieza a sanar.
En Yucatán, el estado más seguro del país, la Alerta de Violencia de Género no fue decretada por la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia de Género (Conavim) ya que, como se argumentó, el estado trabajaba en acciones para erradicarla. Sin embargo, se nombró a una comisión para que accionara proyectos y se hizo especial hincapié en que aquí existe un importante problema de violencia intrafamiliar.
De enero a septiembre de este año hubo cinco feminicidios y la Secretaría de Salud (SSY) reportó 864 casos de mujeres maltratadas. Convengamos que muchos casos no pasan por la SSY.
No es fácil contar una historia de violencia y si una mujer abandona al silencio –su mejor aliado durante los peores momentos de sosiego- es porque probablemente esté en proceso de sanación de cuerpo y alma.
Así se la escucha y se la ve a Candy, una mujer de 49 años de Valladolid, doctora en educación, activista, contadora de cuentos y estudiosa de toda la vida.
Su historia es una aguja en un pajar en el mundo de la violencia de género. Sin embargo, ella da un paso al frente y le pone nombre, cara, aliento, fuerza y esperanza a su relato y eso hace que hoy su historia sea “La historia”.
Candy tiene tres hijos, dos varones de 25 y 20 años y una niña de 13. Se divorció hace 20 años de su esposo, quien la maltrataba física y psicológicamente. Luego tuvo otra pareja que también ejerció violencia sobre ella y ahora está sola.
Si hablamos de violencia de género, lo que nunca hay que perder es el contexto y la historia de vida de cada uno y eso Candy lo tiene muy claro.
“Todo lo que viví hasta el día de hoy me mueve muchas cosas. Soy la séptima de una familia de ocho hijos. Mi hermana mayor nació sólo un año antes que yo. Cuando mi mamá se embarazó de mí, no estaba convencida de tenerme. Esto no lo supe hasta que tuve 36 años y, en una discusión, me dijo que intentó abortarme tres veces”, relata.
Pero cuando era una niña, Candy no sabía nada de esto y sólo vivía el rechazo de su mamá ¿Puede una nena tenerle terror a su madre? Sí, puede.
“Ella ejerció sobre mi maltrato infantil y yo le tenía terror. De pequeña sufrí abuso por parte de dos de mis hermanos y nunca le pude contar nada a mi mamá por el miedo que le tenía. Yo sentía violencia en ella, veía a una mujer muy enojada y hasta éramos testigos de cómo maltrataba a mi papá, ‘Indio’, le decía. Qué paradoja, mi padre era de piel clara con dos apellidos mayas y ella, de piel morena, tenía dos apellidos españoles. Yo viví la discriminación desde adentro de mi casa”, remarca.
El hombre con el que Candy se casó la agredía física y económicamente y a los ocho días de nacido su segundo hijo, la abandonó.
“Le agradezco a la vida que me dio la fortaleza para estar bien y salir adelante con mis dos hijos. Cuando firmé los papeles del divorcio, me di cuenta que no se me cayó el mundo y supe que todo seguía para adelante por mis hijos”, cuenta.
Como en su casa paterna no le habían permitido estudiar para educadora y con menos de 30 años y como maestra de primaria, decidió continuar sus formación académica, trabajar y ver por sus hijos.
Años después conoció a un hombre de Veracruz, con quien tuvo a su hija. “Con él viví violencia sexual, física, psicológica y económica, es un hombre muy agresivo que pensó que lo iba a aguantar por la niña, pero no. Yo ya había determinado no aguantar eso nunca más. Así que un día lo desperté y le informé que era la última vez que vivía en mi casa porque ‘ningún cabrón me va a venir a maltratar bajo mi propio techo’”, le dije. A este hombre sí lo denuncié ante la policía por violencia de género”, relata.
Para Candy, hoy directora de una escuela en una comunidad de Valladolid y directora de un centro cultural y de derechos humanos, las cosas se clarificaron mucho más en su vida desde entonces y sabe a ciencia cierta qué quiere para estar mejor.
“Sé qué quiero para mi vida y para la de mis hijos. No ejerzo una maternidad desde la abnegación, quiero que ellos sean seguros de sí mismos, que se aprecien, valoren y reconozcan… Todo eso que yo no tuve”, dice, emocionada.
Para esta mujer el diálogo que construye con sus hijos es clave, porque a ella le faltó y siente que es fundamental.
“Los varones me cuentan que las chicas que conocen tienen pensamientos de que si no las celan, no las quieren, y eso no es así. Siento que falta mucha información y aprendizaje para relacionarnos. Hacen falta espacios de educación integral de la sexualidad hasta para iniciar un noviazgo porque finalmente hoy día todos se casan jóvenes y con los ojos ciegos”, remarca.
Y repite una y mil veces, sin cansarse: “El ejercicio empieza en casa”. Porque ella lo vivió en carne propia y no quiere que sus hijos lo vivan, ni sus alumnos, ni las mujeres de la ciudad ni de las comunidades. Nadie más y nunca más.
También sale al ruedo la palabra “Sororidad”, que habla de la hermandad y empatía entre mujeres para ayudarse unas a otras y más en estas situaciones.
“Nos debemos apoyar entre nosotras, sobre todo para acceder a todo tipo de información para que, aquellas que estén desprotegidas, dejen de vivir en torno a la violencia”, remarca.
Y con su voz suavecita y pausada –antítesis de cualquier directora de escuela- dice la palabra NO y, cuando la repite, es como si pusiera una mano adelante. “Porque el ‘no’ es ‘no’, sin explicación. No quiero que me hagas esto y ya”, advierte.
Al día de hoy, alejada por completo de su familia de sangre, Candy dice que no se siente huérfana ni desprotegida y disfruta del espacio que construyó con sus hijos.
“Hoy no juzgo a mi mamá por la vida que me dio, es lo que ella me pudo enseñar. Ahora depende de mí como madre, profesional y activista y de todos nosotros que podamos construir un ejercicio desde nuestros hogares y en la escuela para terminar de una vez con la violencia de género. Es el único camino que nos puede sanar el cuerpo y el alma”, concluye.
(En la imagen, Candy de pie hablándole a los alumnos de la primaria donde trabaja como directora).
Mi querida y admirada Candy, eres nuestra abanderada en Mujeres que NO callan y Mujeres que NO callan YUCATÁN, porque tú enseñas a decir basta a las mujeres y niñas que por temor soportan lo que NO deben. Tu vida es un ejemplo a seguir.
Ejemplo y fuerza: Candy May