Rayos X de una tragedia que parece ficción, pero siempre no
Columna Sábado Sudaca
Por @LaFlacadelAmor
“Chernobyl” me entró al torrente sanguíneo sin anestesia. Con una estética vintage, la exitosa miniserie de HBO de sólo cinco episodios, me metió de golpe y porrazo en el espanto, la crudeza y lo tremendo que puede ser algo que sólo nos entra en la cabeza como ficción pero no, es la puritita realidad.
Si tienes más de 40 años como yo, eras adolescente y seguro te acuerdas de lo que ocurrió en 1986 en Chernobyl, una ciudad de la antigua URSS gobernada en aquel entonces por Mijail Gorbachov. Para hacerte el cuento corto, que te enteres o te refresques la memoria, el 26 de abril de ese año –el mismo del Mundial México 86-, estalló un reactor nuclear y afectó de horror y muerte a miles de personas que vivían en Bielorrusia, Rusia, Ucrania, Escandinava y parte del oeste de Europa. Los “efectos” de lo que pasó en Chernobyl duraron años y aunque las cifras oficiales de la URSS explicaban que sólo murieron 31 personas, los efectos de la radiación alcanzaron a más de 600 mil humanos.
Las dimensiones de esta tragedia gira sobre dos narraciones: la lucha titánica –y silenciada- de bomberos y colaboradores, con un destino de muerte marcado por trabajar en la zona. Y los intentos de las autoridades y burócratas de la antigua URSS por intentar ocultar la dimensión del horror bajo un esquema de lobotomía social y en plena Guerra Fría.
De una manera excelsa –sobre todo si no eres científica o científico y se te va la cabeza de viaje cuando te hablan de cosas muy difíciles como a mi- el guionista y productor Craig Mazin expone términos como “RMBK”, “grafito”, “agua presurizada”, “neutrones y plutones”, “megavatios”, “uranio”, “xenón”, “AZ5”, entre otros, que se te hacen tan familiares porque están muy bien aterrizados y explicados para entenderlo todo de P a Pa.
Los episodios se centran en el científico nuclear Valere Legasov (majestuoso el inglés Jared Harris en su actuación), el viceprimer ministro de la Unión Soviética Boris Shcherbin (Stellan Skarsgård) y la físico nuclear Ulana Khomyuk (Emily Watson). Los dos primeros son personajes históricos y, el tercero, es fruto de la imaginación de Mazin.
Desde la primera toma y con esa estética de terror vintage que te comentaba al inicio, la serie muestra lo sombrío de la atmósfera soviética. Lo hace con una dirección de arte magnífica, que recrea con impresionantes detalles desde los teléfonos y la ropa, hasta los cortes de pelo. Realmente ni te hace ruido que no hablen en ruso.
Jared Harris como Legasov, magnífico… El maquillaje de los infectados por la radiación es increíble
El director Johan Renck muestra sin filtros a gente vomitando o con caras transformadas en una masa podrida uniforme, a raíz de la radiación. Y esa masa humana habla, eso es terrible. De ahí, Renck nos demuestra que es tan genio que también puede detenerse en una toma mágica sobre las partículas de aire que caen en una noche helada sobre adultos, niños y bebés, aunque ese polvo esté cargado de muerte.
No te vas a aburrir y te va a encantar, te la súper recomiendo. En Chernobyl lo imposible es real, ocurrió, y destruyó a la antigua URSS (el mismo Gorbachov lo dijo en 2006, a 20 años de la tragedia). Y moraleja para terminar: lo más terrible es que puede volver a pasar –distinto pero tan tremendo o más- si la geopolítica mundial sigue con sus luchas de poder y todos estamos, como ahorita, tristemente a su merced.