Por más sentipensantes, por favor…
Columna navideña de Martes Sudaca
Por @laflacadelamor
Esta columna viene con Spoiler Alert.
Digamos todo. No soy de ponerme loca de felicidad en la época de fiestas decembrinas. No vengo de una familia que iluminaba la casa con miles de foquitos de colores ni ponía renos inflables en la puerta de su casa, ni mucho menos se mantenía despierta hasta las 4 am a puro festejo y karaoke.
Pero uno tiene un hijo, reincide en la maternidad, trae al mundo a otro inocente ser humano y el espíritu navideño te invade, a huevo. Porque los chicos creen en Papá Noel o Santa Claus y todo se vuelve para ti, adulto, irrazonablemente real de nuevo, como cuando eras chiquito.
Que un gordo con barbas blancas reparta juguetes en todo el mundo en una sola noche, que los Reyes Magos recorran el planeta en camello cargados de regalos, que un plato de galletas y un vaso de leche alcancen para alimentar a todos los renos de Santa, que el hombre gordo vestido de rojo entre en tu casa enrejada y bajo siete llaves… Todo es posible y hasta un poquito te lo vuelves a creer.
¿Pero qué pasa cuando los hijos crecen? Eras un grinch, te volviste sensible a la Navidad pero ahora sólo te queda un hijo que cree en Santa Claus y alucina cada vez que ve un árbol navideño gigante, las luces de las casas excesivamente adornadas le dan taquicardia y vive hablando de la cartita que le escribió a Santa ¿Qué pasará cuando este pequeño ser humano sepa que quien le compra los regalos son los padres y no el hombre de cuerpa diversa que viene del Polo Norte?
No lo sé y el tiempo es tirano. Mi hijo más chico tiene ocho años, está a punto de cumplir nueve y es probable que esta sea su última navidad de creer en Santa Claus. Es más, ya se formula preguntas sesudas como:
“¿Cómo es posible que en una sola noche Santa Claus pueda repartir los regalos en tooodo el mundo?”
Como ya creo que está en edad de no inventarle cualquier cosa porque sí, le pregunto:
“¿Tú crees que realmente es posible repartir todos los regalos en una sola noche?”
(Aclaro, no le pincho el globo, sólo lo motivo a pensar).
Y el muy negador me responde: “Sí, es posible. Le pone a los renos las tenis de Sonic (un personaje de vídeojuegos que corre un chingo) y así logran repartir todo en una noche”.
Está más claro que el agua que el niño quiere seguir creyendo y está bien… Hoy despertó ansioso, me preguntó si yo creía que él se había portado bien este año (fui objetiva en la respuesta y lo dejé un poquito preocupado, como para crear suspenso) y me preguntó 300 veces si Santa venía a la medianoche –como en Argentina- o a la mañana, como aquí. Le dije que no sabía, que había que esperar cuándo dejaría los regalos en casa. Lo dejé más ansioso que nunca.
Y aunque no puedo ahorita, me gustaría decirle también:
“Hijo mío, sé que no queda otra que crecer y está genial.
Hoy te quiero compartir una palabra que aprendí esta semana porque, aunque somos adultos, vivimos aprendiendo cosas. Nunca “te la sabes toda” y eso está buenísimo porque, al aprender, te haces mejor persona. Bueno, aprendí la palabra “Sentipensante”. La escuchó un escritor que mamá quiere mucho que se llama Eduardo Galeano y que nació, como vos y como yo, en el fin del mundo.
Este señor la escuchó a su vez de unos pescadores colombianos hace muchos años y ser sentipensante significa sentir las cosas con el corazón y la razón a la vez.
Es decir la verdad sin separar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la mente. Y aunque el año que viene ya no creas en Santa Claus ni en los Reyes Magos, te deseo a vos, a tu hermana y a todos los chicos del mundo que sean siempre sentipensantes para unir la razón con los sentimientos en todo momento. Se crece más sano así y se empatiza mejor con los demás. Además es un remedio infalible para que siempre seas joven, no importa cuántos años tengas.
No analices demasiado las cosas, sentí el pulso del universo en tu cabeza y celebrá siempre la vida diversa. Y leé a Galeano, mamá o Santa te van a traer un librito de él la Navidad del año que viene.
(La ilustración de portada es del genio de Pablo Bernasconi).