Nueva semiótica política
Columna 8AM
Por Pablo Cicero
Que un perro —negro, o de cualquier otro color— muerda a un hombre, no es noticia; que un hombre muerda a un perro, sí lo es. Si ayer el gobernador Mauricio Vila hubiera sido abucheado en el evento en el que acompañó al presidente Andrés Manuel López Obrador, en Ticul, los medios hubieran refundido la noticia en titulares discretos, señalando que, de nuevo, un gobernador anfitrión fue exhibido durante una visita presidencial.
Ya le pasó a diez mandatarios estatales, entre ellos los otros dos de la Península: Alejandro Moreno y Carlos Joaquín. Ya le tocó a Yeidckol Polevnsky, Arturo Núñez, Silvano Aureoles, Alejandro Murat, Héctor Astudillo, Javier Corral y a Enrique Alfaro. Incluso, Cuauhtémoc Blanco recibió una rechifla en presencia de López Obrador peor si hubiera fallado un penal en la final de la Copa del Mundo.
A Vila no sólo no lo abuchearon: el presidente López Obrador lo elogió en público: Es un “extraordinario gobernador de Yucatán”. Uno, como ganso, el otro, como pavorreal. Durante décadas hemos aprendido a hablar el alfabeto del poder, a descifrar los símbolos de la política. Con el cambio de régimen, tenemos que aprender de nuevo, ya que es otro idioma completamente. Estamos en los albores de una Babel política, mudos ante la novedad.
La semana pasada aguardamos, impacientes, lo que consideramos el clímax de la segunda visita de López Obrador como presidente a Yucatán. En Ticul, advertimos, se le mediría el agua a los camotes; recibiríamos una lección del nuevo alfabeto político.
Ayer, el presidente López Obrador y el gobernador Vila Dosal arribaron al recinto donde se realizó el evento. Fue el día más caluroso del año, y la gente —miles de gentes— esperaron pacientes. Presidente y gobernador entraron juntos, y durante casi veinte minutos saludaron a hombres y mujeres; lo hicieron solos, cada uno por su lado. Junto al presidente López Obrador, Joaquín Díaz Mena revoloteó, cargándole los papeles que le entregaban al tabasqueño. Díaz Mena lució entonces feliz en su papel de neceser, se vio, además de secretarial, como si estuviera en campaña. Esa cercanía hizo prever que el ritual de la rechifla se repetiría en Yucatán, como en los otras latitudes, ya que precisamente Díaz Mena había sido señalado como el director de la música de viento; Lomónaco bajito y sudoroso.
Sin embargo, el candidato perdedor de Morena no subió al presidium: se quedó abajo, como cualquier hijo de vecino. Arriba, en ese olimpo peregrino y fugaz, acompañaron al presidente y al gobernador funcionarios y legisladores federales —del PAN y PRI— y beneficiarios de programas. Díaz Mena, desinflado, se quedó abajo.
Habló Vila Dosal, y le aplaudieron; cuatro, cinco veces. Habló López Obrador, y señaló que su anfitrión era “muy buen gobernador”. Nada de abucheos, nada de porras, ni a favor ni en contra. Entre Vila y López Obrador no hubo concursos de ver quién era más popular, a quién el gritaban menos; quién la tenía más grande.
Antes de Ticul, los gobernadores, ya resignados, esperaban el anuncio de la inevitable visita presidencial y la inevitable rechifla; ya incluso saboreaban el sapo que se iban a tener que tragar. Después de Ticul, todo cambia. Serán ahora medidos con otra vara.
En el nuevo idioma —dialecto, dicen detractores— de la Cuarta Transformación… ¿qué significa el explícito reconocimiento de López Obrador a Vila Dosal? Aunque balbuceemos este nuevo lenguaje político, podemos asegurar que en el génesis del sexenio es una buena señal, que fructificará en muchas nuevas oportunidades en Yucatán.
Por lo pronto, el ganso no se cansó y habló sobre la resolución de esa ignominia que es el hospital de Ticul y prometió la permanencia de la zona económica especial de Progreso. Sólo con esos dos anuncios es ya bastante, inmensa ganancia. Y hay que sumar lo que igual se prometió de infraestructura turística para Progreso y que Yucatán haya sido la sede donde, de manera discreta, coincidieron los amos del dinero.
Entre líneas igual se puede leer la verdadera influencia de Díaz Mena —mínima— y el eminente velorio político de su corte de asesores. Vila, con López Obrador, mantuvo el estilo que lo ha definido, como cuando, entonces alcalde, tendió puentes con Rolando Zapata Bello, a pesar del malestar dinamitero de yihadistas panistas y priistas; capaz de cruzar pasillos y plazas, pragmático, políglota… El gobernador de Yucatán sabe hablar los idiomas del pasado y del presente.