Mi primer viaje con la “mujer combi”
Columna de Jueves Sudaca
Por @LaFlacaDelAmor
Viajar en combi es para mi un dolor de ovarios. Normalmente este medio de transporte chiquito va repleto y me da claustrofobia, más si no puedo ir sentada en el sentido del trayecto. Todos nos vemos demasiado de cerca, vamos apretados, el techo es bajo y se siente todo aplastante.
Sin embargo ayer fue mi día de suerte. Ví que venia una combi y visualicé el asiento de adelante, junto al conductor, vacío. Hice señas desaforadas para que se detuviera y aunque se abrió la puerta corrediza de atrás (siempre te la abren, aunque saben que la gente prefiere viajar adelante si está vacío), abrí con ansias locas la puerta del copiloto y me trepé.
Para mi sorpresa, una mujer dirigía la nave y fue mi primer viaje en combi con una conductora. He visto mujeres que manejan camiones, pero nunca me había tocado una “mujer combi”. La experiencia fue gratificante.
¿Por dónde empiezo? Por el tamaño de la mujer y su destreza para manejar. Si hubiese tenido la oportunidad de que se pusiera de pie, seguramente Adriana (así se llamaba de acuerdo al gafete que colgaba del espejito) no medía más de 1,50 metros, pero en ese cuerpo diminuto se acumulaban altas dosis de destreza para mover la combi.
Adriana estaba bien agarrada al cinturón de seguridad y no solo manejaba bien la combi, sino que la conducía bien. Mientras la observaba de reojo, recordé esta gran diferencia que siempre marcó el gran piloto universal Juan Manuel Fangio entre manejar bien y conducir bien. Fangio decía: “Muchos creen que saber manejar es saber volantear. Saber manejar es mucho más; es saber frenar. Frenar, hijo, es todo un arte”.
Bueno, ahí nos llevaba Adriana, ni lenta ni perezosa, por las calles meridanas ya recargadas de vehículos y rumbo al centro. Además de su destreza para conducir, con su cuerpo chiquito bien agarrado al cinturón de seguridad, verla bajar la palanca enorme a un costado de su anatomía para abrir la puerta, me parecía una tarea titánica. Primero porque es un acto de fuerza y segundo porque lo hacía con un brazo cortito pero fornido, que terminaba en unas manos con uñas esculpidas y cargadas de pulseras y anillos.
Yo sé que no hay que hablar de la apariencia de los otros, pero lo haré en el caso de la mujer combi. Adriana llevaba el uniforme reglamentario: guayabera color cremita, pantalón claro y una converse negras. Todo impecable. Estaba maquillada, con lentes negros y cargada de bisutería. Era agradable verla así porque, además, su aspecto hablaba de cierta seguridad en ella y en su chamba.
Normalmente viajar en combi es ir con la música “al palo” o con la radio para comunicarse entre los conductores siempre encendida y fuerte. Sin embargo, en el caso de la mujer combi esto no ocurrió. Había música de fondo, pero sonaba casi “ambiental” y la radio estaba en un volumen adecuado, para que la pudiera escuchar sólo ella… O yo, que iba a adelante. No molestaba para nada.
Otro detalle no menos importante: la combi estaba limpia. Es normal que sobre el tablero haya tierra y en este caso no fue así. El ambiente se veía confortable. Otro punto para Adriana.
Aunque con la edad me he vuelto más selectiva, todavía puedo hablar hasta con las piedras. Y pensé que en el largo trayecto de mi casa al centro podría entablar conversación con Adriana, pero siempre no.
¿Los motivos? saludaba a los pasajeros pero era seca y cortante para indicar que había o no espacio en el vehículo y sobre todo la vi concentrada en la conducción de la combi. Interrumpirla con plática no era lo correcto.
Calculé unas cuadras antes de bajarme para hacerle algunas preguntas sobre su chamba y encendí la grabadora.
Yo: No conozco mujeres que manejen combis. Eres la primera que veo y manejas muy bien.
Adriana: Hay un montón de mujeres.
Yo: ¿Si? He visto a mujeres que manejan camiones, pero no combis.
Adriana: Si.
FIN
Fueron 0:37 segundos estériles de plática. No me permitió preguntarle más nada. Pocos minutos después el viaje había terminado y nos indicó a todas y todos que descendiéramos de la unidad. Me bajé con un “Gracias, buen día”, creo que dijo “Buen día” y ya.
Me sentí un poco triste de no poder platicar con ella, pero contenta de haber tenido un viaje bueno y distinto.
Ojalá me vuelta a tocar viajar con la mujer combi. Ojalá sean “un montón de mujeres” las que puedan conducir combis y ganarse la vida como Adriana. Ojalá el servicio de transporte público sea digno para quienes conducen y para quienes viajamos.
Ojalá.
Gracias, Adriana, por el viaje.