Memorias de abrazos
Columna Domingo Sudaca
Por @LaFlacaDelAmor
Y un día se terminaron y no hubo “previo aviso”. De golpe y porrazo se fueron volando por la ventana, se escondieron bajo llave con clave indescifrable, cayeron en un agujero negro donde no me puedo meter, no sé cómo entrar ni salir.
Hablo de los abrazos y no me refiero a la pandemia. Hablo de los abrazos que me daba mi hija en cualquier momento del día o que yo le daba a ella. Hablo de ese calorcito rico que se creaba cuando su cuerpecito se pegaba al mío y se hacía la magia. Podían durar segundos, un minuto, podía ocurrir a la madrugada, pero siempre estaban ahí los abrazos… ¿Y ahora?
Y ahora no. No puedo darles una fecha exacta, pero desde que comenzó la adolescencia, mi hija de 15 años evita abrazarme y ser abrazada. Y si en raras ocasiones logro envolverla con mis brazos largos, siento que es como abrazar a un poste de luz congelado: sin brazos, rígido y frío.
¿Es ley que esto ocurra en la adolescencia? ¿Se juntaron todos los adolescentes en redes sociales y pusieron fecha de caducidad a los abrazos? ¿Es tendencia este castigo a esta madre amorosa por todos los años previos de exceso de abrazos, por todos los signos físicos de afecto que nos dimos?
Sí, lo sé, yo también fui adolescente, pero ya no me acuerdo mucho. Recuerdo vivir medio enojada, medio depre, llevarme mal con mi mamá, pero no creo haber escapado de sus abrazos (tampoco recuerdo que en esa época mi madre fuera muy “abrazona”). Sin embargo, respeto a rajatabla el espacio físico de la adolescente que vive conmigo y quiere estar en su cuarto más tiempo que en el resto de la casa, pero unas palabras lindas que vengan con un abrazo nunca vienen mal, ni para ella ni para mí.
Escribo estas líneas y tengo un sentimiento de resignación en el alma, aunque en el fondo siento que todo esto cambiará en algún momento, tengo esperanza y mucha fe. Respeto estos tiempos de “no abrazos” y todavía me queda un hijo de 11 recién cumplidos que se deja abrazar y me dice “te amo mami” varias veces al día. No todo está perdido.
Ahora si… En rarísimas ocasiones, esta adolescente que me hizo mamá hace 15 años y amo con todo mi corazón y mi alma, me habla sin torcer la boca ni revolear los ojos, sube unos decibeles su termostato amoroso para conmigo y, sin previo aviso, me pide: “¿me abrazás?”
Entonces yo siento que me saqué la lotería, el Quini 6 y el Melate: todos juntos y en el mismo momento. Y nos hundimos las dos en un abrazo que siento interminable, que disfruto en cada nanosegundo y me traspasa las entrañas.
Como si me fuera a morir de amor en ese instante, pasan frente a mi millones de imágenes de esta nené cuando era chiquita, toodler, a los nueve, 11, 12… Y aspiro bien fuerte para guardarme su olor, que siento idéntico al mismo que tenía el primer día que la vi y la abracé. Es la memoria del abrazo, es el amor, es la vida misma.
(Las imágenes que ilustran esta nota son de hace años, cuando los abrazos eran cosa de todos los días).