Más que medallas, la resiliencia es el gran legado de Tokio 2020
Escenas de consuelo, solidaridad y calor humano han caracterizado el comportamiento de los atletas olímpicos, que se han convertido en ejemplos vivos para el resto del mundo. Las medallas y los récords son importantes, claro, pero las actitudes empáticas y de resiliencia trajeron una bocanada de aire fresco en estos tiempos tan difíciles que nos tocan vivir. Entérate:
Pese a todas las controversias, pese a todas las preocupaciones justificadas por ser el anfitrión de las Olimpiadas de verano en medio de una pandemia que ha cobrado la vida de 4 millones de personas en todo el mundo y que actualmente afecta a Japón, los atletas olímpicos han cumplido una y otra vez.
No sólo me refiero al número de medallas y récords mundiales. Estoy hablando de algo más profundo: de la resiliencia, la fuerza tenaz e incluso la bondad bajo presión.
Todas esas cualidades son formas de la gracia atlética. Durante la última semana y media, los ejemplos no dejaron de multiplicarse en Tokio.
La valentía de Simone Biles, quien audazmente regresó a la competencia y ganó una medalla de bronce en la viga de equilibrio días después de haberse retirado de la competencia de gimnasia por equipos para cuidar su salud mental, emocional y física.
El aplomo de Sifan Hassan de los Países Bajos, que se tropezó y desplomó en la pista durante su eliminatoria de los 1,500 metros femeninos, y luego se levantó y dio una zancada desde muy atrás para alcanzar a las demás corredoras; finalmente, las superó a todas para terminar en primer lugar.
La gallardía de los atletas que se han unido en Tokio, motivados a hacerlo porque durante la pandemia aprendieron a apoyarse entre todos como nunca lo habían hecho. Un ejemplo entre tantos: la triatleta noruega Lotte Miller que consoló a Claire Michel de Bélgica, mientras Michel lloraba al darse cuenta de que había terminado en último lugar.
La entereza de los atletas para superar la pandemia cuando su entrenamiento de élite se vio interrumpido. En Tokio hay innumerables historias de cómo se mantuvieron en forma.
Basta con pensar en la levantadora de pesas Hidilyn Diaz. Debido a la pandemia pasó meses atrapada en Malasia, entrenando por su cuenta, incluso construyó su propio gimnasio y trabajó con un equipo de pesas fabricado con palos de bambú y jarras de agua.
La semana pasada en Tokio, Diaz se convirtió en la primera atleta en ganar una medalla de oro para Filipinas.
Ella personifica la resiliencia, una descripción que el Comité Olímpico Internacional (COI) ha usado en diversas ocasiones para referirse a estas Olimpiadas, ya que han salido adelante en una época de peste. Pero el esfuerzo del COI por preservar los Juegos Olímpicos careció de gracia.
Luego de que los Juegos Olímpicos se retrasaron un año, las encuestas mostraron una y otra vez que la mayoría de los ciudadanos japoneses deseaba que se volvieran a posponer o que se cancelaran completamente. Muchos temían la amenaza del virus y de las nuevas variantes que podrían llegar a través de los aproximadamente 40,000 visitantes, entre atletas, personal de apoyo y prensa.
Ese temor estaba justificado. La nación insular se encuentra tan afectada por el coronavirus que gran parte del país está en situación de emergencia. Esta semana, los casos nuevos en Tokio alcanzaron cifras récord.Mientras tanto, los atletas viven como en un programa federal de protección de testigos. Se trasladan de la Villa Olímpica o de un hotel oficialmente autorizado a sus sedes deportivas y viceversa; sus movimientos están muy controlados y su estado de salud es evaluado constantemente. La necesidad de tener que someterse a una prueba de coronavirus los acecha.
Pero pocos se quejan.
Para la mayoría de ellos los Juegos representan el pináculo, algo en lo que han soñado durante años. Los sueños olímpicos suelen ofrecer escenarios en los que se compite en condiciones ideales frente a multitudes bulliciosas.
¿Condiciones ideales? Los organizadores de los Juegos Olímpicos estaban decididos a montar su espectáculo en medio del sofocante verano japonés para aumentar la audiencia televisiva. Si los Juegos se hubieran celebrado en otoño, como cuando Tokio fue sede en 1964, habrían tenido mucha más competencia por los espectadores. De cualquier manera, la audiencia de estos Juegos verdaderamente veraniegos ha caído en picada, y los atletas se han visto obligados a competir en un caldero.
¿Y las multitudes bulliciosas? Esa posibilidad se esfumó hace varias semanas. En muchos de los eventos al aire libre, el ruido de fondo habitual es el de las bandadas de cigarras.
Y, sin embargo, el COI se jacta del espectáculo que ofrece. ¿Crítica? ¿Cuáles críticas? “Todo eso ha quedado atrás”, dijo esta semana Nenad Lalovic, miembro de la junta directiva del COI. “Nada puede detenernos ya”, añadió.
Ni hablar del aumento de casos del virus entre los ciudadanos japoneses y los vinculados a los atletas y miembros del personal olímpico desde que comenzaron los Juegos. Los epidemiólogos que se preocupan de que el verdadero efecto de estas Olimpiadas en la pandemia no se conocerá, sino hasta mucho después de que todo el mundo se haya ido a casa.
Al menos tenemos a los atletas para deleitarnos y aprender de ellos.
Pienso en la determinación de la corredora Christine Mboma, a quien se le prohibió participar en la carrera de los 400 metros, su especialidad, porque sufre de una rara condición genética que genera elevados niveles de testosterona. Sin inmutarse, Mboma corrió los 200 metros y ganó plata.
Christine Mboma, ganadora contra todo El gesto de los oprimidos de Raven Saunders
Pienso en Mutaz Essa Barshim de Catar y Gianmarco Tamberi de Italia. Eligieron renunciar a un desempate que podría haber decidido la competencia de salto de altura y compartir el oro olímpico. Sabían muy bien que serían criticados por quienes afirman que siempre debe haber un solo ganador, que compartir es signo de debilidad y, lo que es peor, poco masculino.
Pero Barshim y Tamberi abrazaron el empate y el uno al otro. No dejaron dudas sobre lo que más valoraban.
Tampoco Raven Saunders, atleta tan orgullosa y carismática con sus mascarillas de Hulk, sus celebraciones giratorias y su voluntad de defender lo que cree. Tras ganar una medalla de plata desafió la política del COI, que prohíbe que los atletas protesten y elevó sus brazos en forma de X en el podio.
“Soy una mujer negra, soy queer y hablo de la conciencia sobre salud mental”, le dijo a un periodista de NBC al explicar la X. “Batallo con la depresión, la ansiedad, el Síndrome Post Traumático. Y represento esta intersección”.
Dijo que era un símbolo de los oprimidos.
Luego, días después de lograr la medalla de plata, Saunders sufrió una pérdida terrible: la muerte de su madre.
¿La respuesta del COI?
En vez de abandonar cualquier esfuerzo para penalizarla, la organización que domina los deportes globales dijo que simplemente haría una pausa antes de decidir si disciplinar a Saunders por su demostración.
Los organizadores olímpicos deben seguir adelante. Saunders ya demostró que no estaba dispuesta a ceder a sus tontas reglas.
Como tantos otros atletas en Tokio, tiene demasiada resiliencia, demasiada gracia.
(FUENTE: Kurt Streeter, NYT).