Lo único cierto es lo incierto
Vivíamos con una falsa sensación de control sobre nuestras vidas, hasta que la pandemia la hizo pedazos. La incertidumbre y la vulnerabilidad marcarán al humano “post-covid”, más preocupado por el futuro que por el presente ¿Cómo pagaré las deudas? ¿Habrá colegio en septiembre? ¿Tendremos que llevar cubrebocas siempre? ¿Habrá vacuna? ¿Cuándo podré dejar de hacerme tantas preguntas?
Hubo desde el principio mucho interés por el después, en cómo sería el mundo tras la pandemia y cómo sería el individuo que, tras varios meses en su cueva, sale a un exterior distinto, con el problema aún activo y las incertidumbres que trae consigo también. Como si, además de mascarilla, lleváramos encima una enorme interrogación.
Los filósofos escribieron ensayos que anunciaban un capitalismo exacerbado o bien un comunismo nuevo. Los psicólogos advertían de que no saldríamos indemnes del confinamiento. Los sociólogos se frotaban las manos y los historiadores reclamaban su espacio. Las quedadas de amigos y familiares por videollamada eran pequeños debates televisivos, mientras nos pareció divertido. Luego nos cansó, como nos agotamos de hacer bizcochos y hasta de intentar aprovechar el aislamiento para hacer ejercicio, para leer o para hacer más el amor.
Preguntarse por el futuro es algo propio del ser humano, pero no lo es vivir aislado mientras se hace preguntas metafísicas. Cómo pagará sus deudas. Si le despedirán. Cómo explicar a los niños que se ha muerto el abuelo. ¿Habrá colegio en septiembre? ¿Qué hacemos con mamá ahora que no está papá? ¿Tendremos que llevar cubrebocas siempre? ¿Cuándo habrá una vacuna? ¿Habrá vacuna? ¿Cuándo podré dejar de hacerme tantas preguntas?
Otra constante fue preguntarse si, cuando todo pasara, seríamos otros, quizá mejores, o si seguiríamos comportándonos con la misma miseria de siempre.
Tienen cierta forma de respuesta las palabras de Jeremy Adelman, director del Laboratorio de Historia Global de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos: “Aquí la crisis es brutal, se están creando más crisis a partir de las antiguas. Ya casi no se habla de la Covid-19, sólo de la violencia en las calles y de la locura en la Casa Blanca”.
Para este especialista en globalización no tiene ni siquiera sentido la idea de volver a la situación precedente pues “si se ha respondido al coronavirus de manera fracturada es porque las fracturas ya existían”. “Me entusiasma la idea de vivir imaginando un futuro con tantas preguntas. ¿Qué significa esta incertidumbre? Por un lado, la ubicuidad de la ansiedad. Por otro, la posibilidad de recomenzar, de crear algo nuevo, incluso la idea de que las preguntas suponen posibilidades”.
Para semejante salto mental hay que estar preparado. Dice el psicólogo José Carrión, miembro del gabinete madrileño Cinteco, que “lo único cierto ahora es lo incierto”. Desde que comenzara el estado de alarma, este profesional ejerce por vídeollamada y señala que “la incertidumbre, sostenida en el tiempo, conlleva un desgaste emocional muy intenso que se traduce en inestabilidad”. Por eso, ya desde marzo, Carrión repite el mantra de que debemos “permitirnos el malestar”.
Especialmente porque considera, también, que “no estamos preparados para lo incierto como lo estábamos en momentos pasados”. “Vivimos una era de exceso de protagonismo y una falsa sensación de control que esta pandemia ha desbancado por completo”, piensa este psicólogo. Quizá por ello, también en marzo y desde Italia, el escritor Fabrizio Andreella destacaba la actitud de los más mayores, los ancianos, “que afrontaban la situación por el coronavirus sin hacer preguntas, quizá por estar más habituados a las catástrofes repentinas”.
“Esta ansiedad revela nuestra incapacidad para vivir con la incertidumbre, algo natural en las sociedades pretecnológicas”, sostiene Andreella ahora. Y, al igual que Adelman, aboga por aprovecharla y no temer a las preguntas. Es más, usarlas como el primer cimiento de construcciones nuevas: un nuevo yo, una nueva manera de vivir. En definitiva, la tan repetida nueva normalidad, que ya está aquí.
No es momento, sin embargo, para ser naif, y tampoco para creer que las cosas serán mejores sin que nosotros tengamos que hacer algo para conseguirlo. La pretensión de emplear la incertidumbre para mejorar o para hacer de este un planeta un lugar más acogedor debe ir acompañada de cierto escepticismo y mirada crítica. Por suerte, así lo señalan los profesionales de la psicología, el confinamiento nos ha situado en la introspección, en la mirada hacia dentro: quiénes somos, qué estamos haciendo, ¿por qué ha sucedido todo esto?
También los filósofos están hartos de sí mismos en cierto o en incierto modo. Decía el coreano Byung-Chun Han en este periódico que “existe ya un romanticismo del coronavirus” y criticaba precisamente a quienes veían en la situación actual una oportunidad. “Lo que probablemente sucederá es que, tras la pandemia, el capitalismo avanzará aún con mayor ímpetu y que nosotros viajaremos aún con menos escrúpulos”, apuntaba.
Uno de esos historiadores que pronto barruntaron el futuro fue Mark Smith, un profesor de la Universidad de Carolina del Sur que sostuvo, y son muchos los que piensan como él, que nuestros cinco sentidos no volverían a ser los mismos tras la epidemia. Una obligada revolución en nuestras costumbres, hábitos y gestos cotidianos. Como si al entrar en casa alguien nos empujara fuertemente hacia la pared. Ahora, Smith reflexiona sobre el concepto de tiempo, que toma forma de lujo en esta época en la que no se puede predecir casi nada y sin embargo no se para de hacerlo.
“La Covid-19 ha destruido completamente la temporalidad. El reloj, el calendario, son anclas que nos permiten tener la habilidad de planear y predecir. Por ejemplo, yo acabo de concertar una cita con el médico para enero de 2021 y he pensado que realmente no puedo saber si esa cita ocurrirá. Administrar el tiempo genera orden en lo incierto. Cuando la estructura es inestable, el tiempo pierde su autoridad”, reflexiona.
En lo que ni psicólogos ni filósofos ni historiadores creen es en que ya nos encontremos en ese después del que hablábamos al principio. “El futuro no es aún post-Covid”, señalan los que en este reportaje hablan. Sin embargo, y pese a manejar cada uno distintos campos del conocimiento desde distintos lugares del mundo, si están de acuerdo en apuntar a la humildad como recurso en estos momentos.
“Cobra mucho sentido porque una simple partícula ha confinado a más de la tercera parte de la población mundial y, en alguna medida, nos ha puesto un poco en nuestro sitio, en nuestra vulnerabilidad, y en la conveniencia de enfocar, desde un planteamiento más humilde, menos competitivo y más solidario el concepto global y sostenible de nuestra propia subsistencia”, enumera Carrión.
Hubo desde el principio mucho interés en el después. En cómo sería el mundo tras la pandemia y cómo sería el individuo que, tras varios meses en su cueva, sale a un exterior distinto. Pero antes del después está el presente, y ése ya está aquí.
FUENTE: Texto de Rebeca Yanke, publicado en el diario El Mundo.