Las “pachocheras”, mujeres del mar contra viento y marea
Mujeres Emprendedoras: Las “pachocheras”
El mar es de sus esposos pescadores y la costa es de ellas. Les dicen “pachocheras” y en esta temporada de pulpo vienen de distintos poblados cercanos a Celestún a limpiar embarcaciones o desviscerar especies a cambio de “pachocha” o pulpo, y hasta algunas veces ganan más que sus maridos. Si aún no las conocías, aquí te las presentamos:
Una estrategia familiar de vida, una búsqueda de sustento, un cuidado del hogar donde crecen los hijos. Eso implica el trabajo diario que hacen las “pachocheras”, esas mujeres de edades diversas que, cada vez que hay pesca, llegan hasta el Puerto de Celestún a ganarse el pan de cada día.
Si el mar en toda su extensión y profundidad les pertenece a los hombres pescadores, ellas –sus mujeres- no se quedan atrás para ganar el sustento. Por eso ahora, que estamos en plena temporada de pulpo, las vemos llegar al Puerto de Abrigo de Celestún de distintas localidades del interior del estado como Tetiz, Chunchucmil y Kinchil en vagonetas o combis para ganar la “pachocha” de cada día.
Algunas llegan solas y otras traen a sus hijos. Mientras sus maridos salieron rumbo al mar a las 5 de la mañana, ellas llegan al puerto a eso de las 11:30 o 12 pm.
El trabajo de estas mujeres emprendedoras consiste en esperar que vayan atracando las embarcaciones que salieron a buscar el pulpo. Cuando llegan, ellas se acercan y ofrecen limpiar las lanchas de la sangre y la tinta del pulpo o desviscerar el producto. A cambio, reciben un pulpo como “pago” o “donación” por su trabajo. Esa es la “pachocha” que van colocando en cubetas para luego venderla en las bodegas que comercializan productos pesqueros. Así están todo el día. Y al mediodía siguiente la historia se vuelve a repetir una y otra vez…
Las pachocheras pueden limpiar muchas lanchas y recolectar tanto pulpo que hasta llegan a ganar más que sus maridos. Para eso hay distintos tipos de pachocheras. Están las que llegan con sus hijos y tienen a sus esposos pescadores en el mar. Ellas muchas veces llegan a recolectar entre $50 y $400 de pachocha.
Otras –sin hijos y quizás sin marido- se arreglan más para hacer la chamba y reciben mejores donaciones en pulpo por sus trabajos.
Hay esposas que no salen de pachocheras y tampoco permiten que sus esposos dejen a estas mujeres limpiar sus lanchas, ni mucho menos que les den a cambio lo que pescaron en el mar.
“Algunas se trepan a las lanchas con shorcitos de lycra y bien pintadas, así que yo no le permito a mi esposo que las deje limpiar su lancha”, cuenta una mujer de pescador que se queda en la casa mientras su marido se interna en el mar.
Las pachocheras llegan todo el año al Puerto de Abrigo de Celestún pero ahora están en su mejor época de trabajo con el pulpo. Después de chambear desde el mediodía, entre las 6 y 7 pm se encuentran con sus esposos, se juntan en alguna tiendita y de allí todos regresan a sus pueblos… Hasta el día siguiente, cuando la oportunidad brinda otra chance de conseguir pachocha.
En esta temporada, las pachocheras trabajan de lunes a sábado y pueden hacer desde $50 hasta $1,200, según como venga el día.
La esposa de pescador que entrevistamos y no nos quiso brindar su nombre, nos cuenta que nunca fue pachochera y que, hace 30 años, solía embarcarse con su marido a pescar en alta mar, pero esto ya no es posible.
“Aquí en Celestún también era muy conocida hace tres décadas “La Negra Flores”, que siempre salía a pescar con su esposo y buceaban juntos. Sin embargo eso ahora es impensable porque la pesca está cada vez más lejos. Esto se debe a la sobrepoblación de pescadores y por ende la falta de producto, así que cada vez se tienen que internar más y más en el mar…” relata.
Eso sí, desde tierra y de manera incansable, las pachocheras siguen trabajando. Y también se quejan de la falta de pescado, de permisos para los pescadores y que cada vez llega menos dinero a la casa. Y nadie les da un micrófono ni les organiza una rueda de prensa para gritarlo. Pero ahí siguen , siempre firmes y contra vienta y marea.- Cecilia García Olivieri