La urgencia de visibilizar y hacer foco en la “cesárea respetada”
Son seis mujeres y tienen algo en común: sus barrigas están atravesadas por un corte que les quedará para siempre. Porque de ahí salieron sus hijas e hijos y hoy, en la Semana Mundial del Parto Respetado, visibilizamos el “nacimiento respetado”, no importa si el bebé sale de la vagina o de la panza. La cesárea humanizada existe y es necesario que hablemos de ella como lo hacen Yoisi, Dorisela, Guadalupe, Francelly, Subiria y Ceci. Pasen y lean:
No. Ellas seis no parieron por la vagina en tinas con pétalos de rosa y música de fondo, abrazadas a sus parejas y con una doula dándole ánimos. Ellas parieron en un quirófano, bajo luces blancas, en un entorno frío y rodeadas de hombres y mujeres con guantes de látex, batas médicas y cubrebocas. Un profesional de la salud con un bisturí les abrió sus barrigas y de ahí salió vida… Así se convirtieron en mamás.
Porque cuando hablamos de “parto respetado o humanizado”, nos clavamos en ese evento personal, íntimo y único que involucra a personas gestantes con un bebé que llega al mundo y, lo natural, es que el parto sea por vía vaginal y que los derechos de mamá y nené estén por sobre todas las cosas.
Pero a veces esto no ocurre, ni en un parto vaginal y menos en una cesárea. En esta nota visibilizamos en la “Semana Mundial del Parto Respetado”, a las mujeres que paren por cesárea y que, aunque no es un proceso “natural”, debería ser tan respetado y humanizado como un parto vía vaginal.
Cada vez se habla más de la cesárea humanizada o respetada porque es un derecho que debe ejercerse desde el momento previo al nacimiento y también durante la recuperación de la mamá y el puerperio. Y no sólo involucra al personal médico o de instituciones de salud, también al entorno familiar, laboral y social de la mamá y el nené recién nacido.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) las cesáreas siguen en alza en el mundo y muchas veces son injustificadas. En esta nota no nos clavamos en eso, sino en la necesidad de que, si ocurren, se conviertan en nacimientos respetados. Sobre el tema especialistas de distintas partes del mundo platican sobre cómo debe ser una cesárea humanizada:
- La mujer entra al hospital por un proceso fisiológico como es parir, no por una enfermedad. Por eso debe ser respetada ante todas las cosas. Ella debe ser el centro del nacimiento de su hijo o hija.
- Que esté acompañada por su pareja o un ser querido en la sala de operaciones es fundamental.
- Durante el proceso de la cirugía es necesario “no infantilizar” a la mujer, llamarla por su nombre, explicarle cómo se realizará el procedimiento, contestar sus preguntas durante el proceso si fuera necesario.
- Que la mamá pueda hacer “piel con piel” con su bebé una vez que haya nacido es primordial. También que la mamá pueda amamantar apenas termine la cirugía y si todo salió bien para que esto ocurra.
- En los quirófanos atan a las mamás durante la cesárea, algunos especialistas dicen que no es necesario. Otros opinan que sí durante el proceso pero que, apenas termine, puedan desatarlas para que abrace a su bebé.
- En cesáreas humanizadas, hoy día bajan el telón estéril para que la mamá pueda ver el momento exacto en que sale el bebé de su barriga. Es impresionante e inolvidable.
- La recuperación de la mamá luego de la cirugía debe ser respetuosa de sus tiempos, de escucha, paciencia y acompañada en todo momento.
Aquí te comparto seis experiencias de mujeres yucatecas que parieron por cesárea y nos cuentan cómo les fue. Nos relatan instantes claves, sensaciones, deseos y anhelos. Ojalá que la Salud Pública haga foco en este tema, que se dejen de realizar cesáreas injustificadas y, si son necesarias, sean respetadas y humanizadas. Parir (aunque tengas más de un hijo) y nacer nos pasa una vez en la vida y nos merecemos todas y todos una experiencia maravillosamente única.
Gracias a mis compañeras colegas y hermanas de maternidad y “panzas cortadas” por la hermosa disposición para contar sus historias:
YOISI MOGUEL ROSEL: “Soy madre de tres hijos que nacieron por cesárea. Las dos primeras fueron en una clínica privada, donde el médico me acompañó y atendió durante los nueve meses, con teléfono abierto -en esa época hace 33 años- únicamente de casa. En la cirugía sentí un trato de amabilidad de todo el equipo, me mostraron a los bebés pero sin tocarlos, solo para ver que estaban bien. En el proceso de la recuperación, el médico me ayudó a levantarme y a caminar durante los días que estuve ingresada, que fueron dos después de cada parto.
Mi tercer hijo nació en el IMSS y me atendió un excelente médico, quien al ver las costuras que me había hecho el médico anterior -de manera horizontal, muy gruesas y con dobles de la piel- me dijo que me haría una cirugía estética para que con el tiempo se desvaneciera la cicatriz.
Todo estuvo bien durante la cirugía, pero pasé sola con el bebé el proceso de recuperación, sin que nadie me ayudara. Las enfermeras sólo te decían que te tocaba bañarte y que te levantes como puedas para sacar de la cuna al bebé para amantarlo. Esto significaba mucho dolor al momento de cargarlo, además de que me sentía agotada y sin fuerzas para sostenerlo. No sentí que mi proceso de recuperación fuera respetado o humanizado”.
DORISELA PECH DOMÍNGUEZ: “Si bien desde el inicio de la gestación yo ya sabía que por mi enfermedad -artritis reumatoide- mi hijo tendría que nacer por cesárea y sería mi primera operación, esos ocho meses no fueron suficientes para asimilarlo porque los nervios siempre están allí.
El proceso con el equipo de doctores que me atendió siempre fue muy atento, incluso permitieron la entrada de mi esposo al quirófano y hasta él mismo cortó el cordón umbilical. Yo pude besar a mi bebé, pero ese momento de alegría se diluyó cuando inmediatamente tuvieron que llevarse a mi hijo a una incubadora y a mí a una habitación en un segundo piso.
Fue duro despertar y no poder tenerlo en mis brazos, pasar la noche sedada aguantando el dolor de un corte y el dolor emocional de no poder estar con él.
A la mañana siguiente el dolor físico se agravó al levantarme por primera vez de la cama para bañarme, al grado de vomitar lo poco que había comido. Sentía que todo mi interior se salía por la herida, es el dolor más grande que he tenido hasta ahora… Sin embargo querer bajar al primer piso para llegar a las incubadoras era mi aliciente. Y lo hice, caminé operada y puede estar con mi bebé por lo menos cinco minutos.
Esta experiencia, que si bien fue difícil no solo por la operación sino por el proceso de desprendimiento de un hijo que cargas por nueve meses y el dolor de caminar por un pasillo largo y frío y por unas escaleras con un corte de más de 15 centímetros, fue uno de los momentos más difíciles y traumatizantes de mi vida, pero se ha pasado con el tiempo al ver a mi hijo sonreír. También siento que no tuve una recuperación muy respetada de mi cesárea”.
GUADALUPE ADRÍAN AGUILAR: “A los 38 años y en 2016, tuve a mi hijo Lester en el Issste. Por mi edad y mi tipo de sangre O-negativo, los doctores decidieron que era mejor que el nacimiento fuera por cesárea para evitar complicaciones.
Sin embargo, mi mamá había tenido cinco partos naturales y siempre escuchas que es mejor así y que luego que nace el bebé estás como si nada, a diferencia de una cirugía en la que terminas adolorida y tienes que pararte al día siguiente a atender a esa hermosa personita. Mi mamá ya no estuvo para acompañarme en esos momento, así que viví todo con mi esposo George y mis dos hermanitos Yanin y Alan, quienes vivían conmigo.
La noche previa a la cirugía fue eterna, pasaron tantas cosas por mi cabeza… Pensaba en el dolor y tenía miedo de lo que me pudiera suceder a mi o al bebé. Recuerdo que fueron horas de reflexión de lo que vendría porque nadie te explica de qué se trata, qué te harán, cómo te vas a sentir después del nacimiento. Pero como mujeres creo que venimos ya preparadas para todo esto, ya sea de forma natural o por medio de la cesárea.
Y que llegó el día tan esperado y desde las 12 del día me pasaron a una zona donde preparan a las que entran a cirugía. Fueron momentos angustiantes, acostada en una cama sin saber que sucedé y la espera desespera. En el quirófano me pusieron la inyección epidural, pero no de la manera correcta y yo sentí que me metían algo doloroso por toda la espalda, hasta que vino otro personal médico y lo hicieron bien. La cesárea fue rápida, pero esa noche no dormí nada porque en la cama me pusieron a mi hijo a un costado y tenía miedo de botarlo o aplastarlo, pero la emoción de tenerlo en mis brazos fue más grande.
El problema más grande fue al día siguiente cuando se llevaron a mi hijo, quería ir al baño y no había nadie para ayudarme. Como pude y a menos de 24 horas de la cesárea, me bajé de la cama y al sentarme en el inodoro me dieron ganas de estornudar… Fue horrible lo que sentí y no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Cuando me dieron de alta todo estuvo bien, hasta el cuarto día cuando me quedé en casa con mi hijo para amamantarlo, cambiarlo, bañarlo y todo lo hice sola porque no había nadie en casa para ayudarme y te tienes que hacer cargo de todo a pesar de tener dolor y temor de que la herida se abra. Pero ahí está tu hijo, que depende de ti y no tienes tiempo de quedarte en la cama ni de quejarte. Siento que mi cesárea estuvo bien, me dijeron que así sería el nacimiento y lo acepté por mi bien y el de mi bebé”.
FRANCELY PAT LEÓN: “Una cesárea no es de mujeres cobardes. Por el contrario, se necesita de mucho valor para enfrentar todo lo que esta cirugía implica.
Me siento afortunada por tener un ginecólogo que en cada momento fue respetuoso, es importante que los doctores de cualquier área puedan ser demasiado específicos con nosotras.
En mi caso la cesárea fue inesperada. Mi bebé se estaba quedando sin líquido amniótico, entonces la operación era necesaria. Y aunque no sabía a qué me enfrentaba, de un día para otro tuve que entender que entraría a un quirófano. Sería mi primera operación, estaría acompañada de un ser querido durante la cirugía, pero tenía miedo.
Ese 13 de mayo de 2014 entré a las 10 am al hospital y desde el momento que pisé el nosocomio, la empatía fue sin duda lo que me brindó la confianza de saber que todo estaría bien.
Cuando llegaron a mi habitación para llevarme, el cirujano me explicó todo lo que me haría para poder sacar a mi bebé. Durante la operación y aunque estaba anestesiada, el doctor siempre me explicaba lo que estaba ocurriendo.
Escuchar el llanto de mi bebé y sentirla en mi pecho fue el momento que cambió mi vida. El permitir que un familiar esté a mi lado me ayudó a enfrentar este proceso.
Mi hija se fue a los cuneros a observación por nacer antes de tiempo, pero cada tres horas la llevaban a mi habitación para tenerla una hora a mi lado.
Alrededor de 30 horas después, los doctores y enfermeras hablaron conmigo para explicarme lo que seguía: era necesario levantarme, lavar la herida y dar los primeros pasos. Si bien fue doloroso, el trato y la atención fuerib indispensables para esta recuperación.
Hoy sé que si bien una cesárea es difícil y no es de cobardes, creo que, como dicen, “cada quien habla de cómo le va en la feria”. Por fortuna tuve una operación bastante rápida, con doctores respetuosos, pude tener a mi hija en mi pecho, tuve apoyo para mi recuperación y tengo una cicatriz en mi cuerpo que apenas se alcanza a distinguir ¿Qué me hubiera gustado? Que no me operen, quería parto natural”.
GUADALUPE SUBIRIA DUARTE: “Me encontraba supervisando la producción de mi último programa antes de salir de incapacidad cuando se me rompió la fuente. Me llevaron a la clínica del Dr. Jesús Cansino Escalante, en el centro, pero desafortunadamente mi bebé iba a nacer prematuro -con 28 semanas de gestación- por lo que solicitaron un traslado al Hospital O’Horán, ya que donde estaba no había incubadoras de terapia. Tuve muchas dudas y miedo por tantas historias de malos tratos en ese nosocomio, sin embargo mi experiencia fue muy distinta.
Desde que llegué a Urgencias, las enfermeras comenzaron a prepararme para entrar a quirófano y me explicaron cómo sería el procedimiento. Cuando llegué a la sala de operaciones me encontré con una clase completa de futuros doctores escuchando los detalles de mi caso y lo primero que oí fue al doctor a cargo decir que no harían un corte tradicional, sino una cirugía estética, es decir, un corte horizontal con una costura mucho más pequeña que deja una cicatriz muy discreta.
Debido a mi sobrepeso, me pusieron anestesia raquídea en tres puntos de la columna, además presentaba señales de preeclampsia. El médico hablaba conmigo todo el tiempo, incluso al momento de cortar ya que aún sentía dolor y tuvieron que aplicar más anestesia. No recuerdo si estuve amarrada, pero a pesar de ser un bebé prematuro, el doctor pidió a la asistente que me lo mostraran antes de llevarlo a la incubadora e incluso me dijo: “Dele un beso, señora”.
Ahí nos separamos mi hijo y yo. A pesar de haber llorado, Ian no lograba respirar por sí solo, mientras yo en el quirófano recibía atención por hemorragia y presión alta. Lo siguiente fue despertar en la cama de piso, en un pabellón donde estábamos cuatro pacientes, justo a tiempo para el primer horario de visita y pudo entrar mi exesposo y después mi madre.
La enfermera pidió que me ayudaran a levantar y en efecto la cirugía no era tan incómoda como otras describían, que incluso no pudieron levantarse. Una semana estuve internada en el hospital.
Durante el tiempo de mi recuperación, una trabajadora social orientó a mis familiares sobre los trámites que tenían que hacer para conseguir gracias a mi hijo la afiliación al Seguro Popular, ya que con esto no pagaríamos nada por la hospitalización, sólo cubrir con donadores de sangre las unidades que se utilizaron durante mi cirugía. Un mes más tarde, Ian Jareth fue dado de alta. Siento que mi cesárea fue respetada, a pesar de la desconfianza que sentía cuando llegué al O’Horán”.
CECILIA GARCÍA OLIVIERI: “Mi hija nació hace 17 años por cesárea y con ella me estrené como mamá. En el quirófano fue bastante “alivianado” todo: me acompañó mi pareja, me platicaban de lo que pasaba y recuerdo con mucho cariño al anestesiólogo, un ser muy empático.
Apenas sacaron a Julia de mi cuerpo, le di un besito y se la llevaron. A pesar de que estaba sana y tenía una prueba de Apgar perfecta, me la trajeron a la habitación dos horas después. Yo sentí que me moría de ansiedad e instinto animal por abrazarla.
En este proceso no me sentí acompañada para aprender a darle chuchú, sólo mi suegra me guió en esto del amamantamiento. Casi cinco años después nació mi segundo hijo (en otro lugar) y la cesárea fue casi perfecta: Entré también con mi pareja, recuerdo con mucho cariño también a la anestesióloga (me acariciaba la cabeza) y cuando salió mi hijo me incorporaron para que lo viera encima del telón estéril. Fue uno de los momentos más impresionantes y adrenalínicos de mi vida.
El bebé se fue con el papá y la neonatóloga para que lo revisaran mientras terminaban mi cesárea, el progenitor pudo bañar al bebé y luego regresaron y me lo pusieron pegadito a mi, ya en la camilla. En la habitación le di la teta a menos de una hora de nacido y nunca me separaron de él. Entre las dos experiencias, siento que la segunda fue más humanizada”.– CGO.