La reina ha muerto ¡Viva la reina!
Sábado Sudaca
Por @laflacadelamor
Puede ser que esté un toque deprimida porque soñé que me moría. Bah, no soñé, me lo imaginé despierta.
Esta semana entrevisté al psicólogo Paulino Dzib Aguilar y platicamos sobre la pandemia y el confinamiento de las familias, que no es lo mismo que la pandemia y el confinamiento si vives solo/a o si sólo son dos en la casa. Esto es un caos.
Estar todos bajo un mismo techo –prácticamente encerrados- desde hace medio año es mucho, demasiado. Los que vivan como yo, sabrán exactamente de qué les hablo.
Somos un sector en riesgo. Pero no en riesgo de contagiarnos de coronavirus, sino de sucumbir como familia, como individuos. “Estamos en reservas”, me dijo el psicólogo.
Desde la casa hacemos todo juntos: trabajamos, estudiamos, comemos, miramos tele, reímos, peleamos, lloramos, amamos, odiamos y miles de cosas más que se puedan imaginar. El mismo techo y las mismas cuatro paredes nos contienen desde hace medio año, hasta a la perra. Y no hay adónde ir. Los adultos tenemos por lo menos la opción de salir, los menores de edad no. Son los más invisibilizados en esta pandemia. Ellos deben soportar mucho más que nosotros.
Y si los adultos están bien, los niños están bien, claro. Pero si los adultos están mal, todo repercute en los más chicos porque son esponjas.
Y hoy les contaba que me imaginé que me moría porque me dio morbo pensar cómo sería la vida de los habitantes de esta casa sin mí. Ya sé, sueno muy argentina (“No relampaguea, Dios me saca fotos desde el cielo”, dicen de los argentos), pero lamentablemente en esta dinámica de convivencia en confinamiento, siempre hay un gobernante en la casa y ese lugar me tocó a mí. Y no lo quiero. Se los regalo envuelto con papel de celofán y hasta con moño. Renuncio, agarro y me muero.
Me siento la gobernanta porque soy la que doy las órdenes, la que dice qué vamos a comer, la que reta, la que pide orden, la que hace reír pero también controla que haya disciplina, la que tiene que ir cuando se escucha el: “Mamá ¿Me ayudas con tal cosa?” “Mamá, ¿me alcanzas tal otra?” “¿Qué comemos?” “¿Qué compro?” Hasta la perra sabe que mando y es a mí a quien más caso hace. El otro día le dije “Hija” y ahí me di cuenta que estaba tocando fondo.
Porque un canino es una mascota, no un hijo. Y porque yo soy una mujer, no una madre-perro ni una gobernadora. No quiero mandar, no quiero dar órdenes, no quiero decidir qué vamos a comer, no quiero dejar a un lado mi trabajo para avisar que hay que conectarse a Zoom en cinco minutos ni quiero limpiar o levantar lo que otros dejan tirado u olvidado por ahí.
Y este manifiesto no es íntimo, ya lo grité a los cuatro vientos en la casa, pero no me dan bola. Por eso pensé que, si me muero o me voy volando en globos con helio calladita o me teletransporto a otro universo o época, estoy segura que los humanos que viven conmigo se las arreglarán sin problema. Nadie es imprescindible, dicen.
Una amiga me cuenta ahorita por teléfono: “Me da fiaca (flojera) pedir un turno en la peluquería” y no saben cómo la entiendo. Parte de este confinamiento nos produce esa suave y adormecedora depresión que provoca hueva de hacer cosas por uno y eso está muy mal. Yo el otro día fui a cortarme el fleco a la peluquería y el estilista me dijo: “Tienes una ceja más ancha que la otra”. Claro, me las depilo sola y no veo bien. Y ahora me da hueva ir a la depiladora….
De hueva en hueva, de depresión en depresión la vida va… Ya no quiero mandar, no quiero ser reina ni madre-perro. Quiero espacios que no sólo sean mentales, quiero hacer pilates y que la perra no me salte encima ni el hijo pase a dos centímetros mío jugando con la tablet, quiero trabajar sola, sin la hija a un metro en clases de Zoom, quiero que el marido decida y proceda solo y que los chicos lo busquen a él para pedirle cosas, por lo menos tres horas al día. Quiero bajarme del caballo donde me subieron. No soy buena jineta. Y estoy cansada.
Aquí les dejo el changarro y la coronita de reina. Cuídenlos, cuídense.
Respetemos las individualidades en tiempos de pandemia porque sino será peor el remedio que la enfermedad.