La pandemia intensifica los amores no humanos
“La vegetación y los animales domésticos nos han ayudado a compensar durante el último año y medio la ausencia de tacto y el exceso de pixeles”, relata Jorge Carrión en este interesante artículo que aborda una nueva y más intensa relación humana de amor y amistad con otras especies en tiempos de covid-19. No te lo pierdas:
En los últimos años ha crecido el enjambre de narrativas y ensayos que hablan sobre relaciones con otros animales o con plantas en clave de amistad o de amor. Durante décadas se han publicado libros sobre nuestros vínculos interespecies, pero hasta ahora no se habían convertido en una gran tendencia editorial. La pandemia ha creado el contexto ideal para su recepción.
Y no solo se ha multiplicado nuestra afición por la jardinería o se han disparado los datos globales de venta y adopción de mascotas; también se han llevado al cabo iniciativas inéditas, como la organización de bancos de alimentos para animales de compañía.
La vegetación y los animales domésticos nos han ayudado a compensar durante el último año y medio la ausencia de tacto y el exceso de píxeles. En nuestra nueva condición de confinados o de meros teletrabajadores, convivir con ellos nos ha acabado de revelar los detalles de su relación con el espacio que compartimos y con nosotros mismos: que forman parte no solo del hogar, sino también de la familia.
Aunque los mecanismos de adquisición y del cuidado de plantas y animales del hogar se inscriban en una industria millonaria que ya está en la mira de los fondos de inversión; aunque formen parte del mismo capitalismo que ha provocado el Antropoceno, la presencia de animales en más de la mitad de los núcleos familiares del mundo nos lleva a preguntarnos en qué nos equivocamos los humanos. Por qué identificamos el progreso con la conquista del medioambiente y con la consecuente extinción de seres vivos. Cuánto perdimos a cambio de la supuesta sociedad del bienestar.
La centralidad de los perros, los gatos y las plantas en nuestras vidas pandémicas y en nuestras ficciones más recientes, no obstante, ya no eclipsa al resto de especies que nos acompañan desde hace milenios. Vivimos en la transición entre la expresión “animal de compañía” y la fórmula “especie compañera” que, acuñada por la filósofa Donna Haraway, expande el concepto hacia todos los otros seres que hacen posibles nuestras existencias. Desde los hongos y las hortalizas hasta los animales salvajes o de granja. Todos ellos, en consecuencia, empiezan a ser protagonistas de nuestras narrativas.
Por eso no es extraño que una de las películas documentales más comentadas de los últimos meses sea Gunda, de Viktor Kossakovsky, que cuenta las vidas de cerdos, vacas y pollos en cautiverio. Al optar por el blanco y negro, el prestigioso director ruso recupera la estética de los orígenes del cine, al tiempo que subraya que nuestra relación con los animales domésticos es antigua, clásica. Al fin y al cabo, la que es considerada como la primera pintura de la historia de la humanidad representa a un cerdo indonesio.
Existió una larga época en la historia de la humanidad en que —al margen de la cadena trófica— todos los seres vivos convivieron en un mismo horizonte biológico, mitológico, literario. Los personajes de Las metamorfosis, de Ovidio, se transforman tanto en cisne o en toro como en árbol de laurel. La tendencia actual a incluir a otras especies en nuestro círculo íntimo y sensible —de la vida y de sus representaciones— es el resultado de un proceso de conciencia ecológica que, durante el último medio siglo, ha ido combinando las nuevas evidencias científicas con la recuperación de intuiciones ancestrales.
Mientras las temperaturas absurdas provocan muerte e incendios en Norteamérica, los polos pierden hielo a un ritmo demencial o los virus se descontrolan por todas partes, algunas de las novelas, ensayos o películas más sensibles de este cambio de siglo, a la vez que normalizan nuestro amor por las mascotas o las plantas, parecen preguntarse en qué momento y por qué optamos por vías de desarrollo del todo insostenibles. Por qué es imposible que vuelva a existir a escala mundial esa presunta armonía que, en cambio, en nuestro hogar somos capaces de reproducir en miniatura.
(FUENTE: Extractos de un ensayo de Jorge Carrión para NYT).