La pandemia, de salida… ¿Y?
Columna Martes Sudaca
Por @LaFlacaDelAmor
Ya sé que la pandemia no terminó y que estamos inmersos en una “nueva normalidad”. Sin embargo es una realidad que, desde hace meses y con semáforo epidemiológico verde, respiramos un poco más… Aunque todavía llevemos puesto el cubrebocas.
Esperamos este momento tanto pero tanto, que llegó… ¿Y? Soñábamos con un “happy end” para este thriller de pesadilla… ¿Y? Pensábamos que habría un antes y un después cuando no hubiera muertos y contagios por covid-19… ¿Y?
La respuesta no les sorprenderá: Somos las mismas y los mismos de siempre, pero con una pandemia encima. Los cambios radicales no se dieron y es remarla día a día y de a poquito para estar mejor. Es lo que hay, gente. El positivismo excesivo no trajo nada nuevo ni distinto, como así tampoco las emociones negativas constantes. Ningún extremo es bueno. Y como dijo la filósofa eslovena Renata Sacelc: “Una sociedad sin angustia sería un lugar muy peligroso en el que vivir”.
En el comienzo del tercer año de pandemia (porque irse, no se fue a ningún lado, digamos todo), nos quedaron cositas que, en realidad, ya traíamos, pero más exacerbadas, más partes de nuestras vidas. Una de ellas es el “Modo Duende”, un estado de ánimo que dejó el covid-19 como parte del confinamiento que nos lleva a “disfrutar” de pasar el día en la cama viendo series, sumergirnos en las redes sociales y seguir pidiendo servicio a domicilio para alimentarnos. Nadie salió ahora como demente a la calle a buscar gente para socializar porque el semáforo verde se encendió y el aislamiento social sigue siendo tendencia.
Los expertos dicen que el “modo duende” en tiempos postpandémicos debe mutar porque el asilamiento obligatorio favoreció conductas fóbicas y ahora toca “re-socializarse” porque, para los que saben, el modo duende es “algo opuesto a tratar de mejorar”.
El antónimo de esta tendencia se llama “cottagecore”, una postura hipercurada que incluyó colores pastel, paisajes bucólicos y la exhibición de habilidades caseras saludables como hornear y bordar. El cottagecore prosperó bajo el espíritu melancólico de sacar lo mejor de lo que muchas personas supusieron que serían solo unas pocas semanas aburridas en casa en 2020. Como sabemos, el cottagecore no fue muy lejosni duró demasiado.
Y a esto hay que sumarle el estado anímico de tiempos económicos inciertos, negocios que quebraron, emprendimientos que tuvieron que mutar y gente que se quedó directamente sin empleo en relación de dependencia. Si no te pasó, imagínate cómo te queda la cabeza…
A estas alturas del partido, la pandemia no veo que traiga demasiada claridad a nuestras vidas y tampoco sé qué está bien y qué está mal. Hundirse en la depresión no es bueno y navegar las aguas falsas de un positivismo tóxico tampoco. Pensemos también que muchísima gente no puede hacer esto o aquello porque se murió por covid-19. Es tremendo.
Somos los mismos de siempre, atravesados por la pandemia. Y creo que es cuestión de moverse de a poquito, no importa si tienes tres, 15, 45 o 78 años. Esto nos pega y nos toca a todos. Y la angustia de “no saber qué viene o cómo avanzar es irremediable.
El otro día salí con los compas del trabajo a tomar unas cervezas y, en un momento de la noche, me dieron ganas tremendas de volver a casa. No forcé la situación de quedarme y pegué la vuelta. No la estaba pasando mal, pero tampoco excelente y regresar a casa me hizo sentir feliz.
Creo que lo que extraño de antes de la pandemia no regresará porque soy la misma pero no, algo cambió. Así que, sin positivismos descabellados y permitiéndonos la angustia a flor de piel, hay que meterle para adelante como se pueda, aunque eso signifique dar tres pasos adelante y dos atrás.
Como puedas, cuándo tengas ganas, donde más te guste, cómo te lo permitas y sin joder a nadie. Está todo bien.