La muerte, esa que te da certeza
Columna de Elenísima
Por Elena Martin
“¿Para qué extrañar a los muertos? No es necesario. Ellos están en un mejor lugar.
¿Por qué mejor no te extrañas a ti? No eres ni la sombra de lo que deseabas ser.”
Charles Bukowski.
—Mamá déjame ir, por favor, voy a estar bien y tú también—, me despertó un susurro que sólo yo escuché y mientras me estrujaban el corazón y las lágrimas nublaron mi vista, le dije que sí, que se marchará y la solté, dejé de aferrarme a ella, o eso creí. No pasaron ni cinco minutos cuando la enfermera nos llamó a su padre y a mí para informarnos que Ana Camila había fallecido, tuvo dos paros respiratorios y un infarto.
Sin embargo, cinco meses atrás comenzó su sufrimiento con una asfixia provocada por el médico de guardia que no supo qué hacer al verla llegar de pie, sin líquido amniótico y ni siquiera siete meses de gestación y de regalo una hidrocefalia provocada que la llevó al quirófano al mes y una semana de nacida para colocarle una válvula en la cabeza que evitara su crecimiento a destiempo.
Ella no se quiso ir sin conocer a su padre. Mucha gente comentó que sólo lo estaba esperando para irse, pues ya estando en casa, el día que él llegó, lo miró a los ojos como dándole la bienvenida, se volteó y sus espasmos la llevaron de nuevo al hospital, donde cuatro días después y con mi permiso partió.
La muerte para mí nunca fue mala. Es mística, es mensajera, es un trámite, un portal para ir a otra dimensión, es lo único seguro que tenemos, es parte de la vida, sin una no hay la otra. Pero jamás pensé convivir tanto tiempo con ella, su primera visita fue nueve meses antes de que viniera por Ana Camila, vino por mí padre. Y en menos de un año quedé huérfana y sin una hija…no hay comparación en esas dos pérdidas.
Creo que la huesuda me tomó cariño y me vino a enseñar la clase de egoísta que era, porque lloramos no por nuestros muertos, lloramos porque ya no veremos a nuestros seres amados, ya no estarán a nuestro lado, se han ido… Error: se van cuando los olvidamos.
Y en medio del caos que hay en nuestro corazón y mente por su partida, no pensamos más que en nuestro sufrimiento, en el dolor que nos inunda cada centímetro de nuestro ser. Sin embargo, ellos están en un lugar mejor, ya no están sufriendo, han trascendido y eso debe ponernos contentos, pero es muy difícil aceptarlo y sobre todo ponerlo en práctica. No estamos preparados nunca para la muerte.
Son 22 años que cada 1 de enero, 19 de abril, 26 de septiembre y 31 de octubre mis ojos dejan escapar algunas lágrimas, cada vez menos, pero aún siguen brotando con el pensamiento de ¿Y cómo sería ahora?
La muerte además te da certeza, te da la oportunidad de iniciar en otro lugar, en otro espacio, en otra vida. Es un nuevo comienzo, la vida y la muerte siempre irán de la mano, como el inicio y el fin, como el día y la noche, como la luz y la obscuridad, no hay una sin la otra.
Cuando me muera no me lloren. Canten, bailen, rían y pónganse felices, por favor. Hagan una gran fiesta y no digan: “era tan buena”, porque no soy ni buena ni mala, soy imperfecta, pero he aprendido a disfrutar el sol, la lluvia, la música, el amanecer en el mar, los abrazos fuertes, los besos sinceros y los amigos auténticos.
Ah y por favor cremen mi cuerpo y las cenizas al mar con la canción “Por si acaso no regreso”, de mi querida Celia Cruz.
(En la imagen de portada, el altar de Ana Camila, hecho por Elena con todo el amor del mundo).