La historia de amor de Özlem y Ugur, los padres turcos de la vacuna contra el covid
Vidas de esfuerzo, emigración y amor, contada también por sus parientes, de la pareja de oncólogos creadores en Alemania de la vacuna de Pfizer. Él, de niño estuvo a punto de morir atropellado. Y ella de meterse a monja. Hoy su historia de amor podría salvar al mundo
Entre Özlem Türeci y Ugur Sahin ha andado siempre la ciencia. Incluso el día de su boda fue así. Los doctores de origen turco, pareja enamorada hasta el tuétano -tanto como para violar durante décadas el sagrado precepto de no mezclar trabajo y amor-, están detrás de la primera vacuna autorizada en Occidente, y que ha comenzado a administrarse este martes a ancianos y a trabajadores de la Salud británicos. Cuando él salió de Turquía, tenía sólo cuatro años; ella cumplía entonces dos en Alemania, donde nació. Pero la historia que les unió legalmente para siempre ocurrió hace 18 años… Con ambos vestidos de blanco.
Mainz, surcada por el Rin, no sobresale especialmente por nada en concreto. Sus carnavales no superan los de los países latinos, sus vinos palidecen frente a otros caldos y Guttenberg pronto dejará de ser su vecino más ilustre. Tamaña ordinariez dotó de intrascendencia a aquella jornada de 2002 sin pompa ni fanfarria, en la que, sin saberlo ninguno de nosotros, y probablemente ni siquiera nuestros protagonistas, se iba a consumar la unión sentimental que nos salvaría, en este 2020, de la peor pandemia del siglo.
Aquella mañana, la novia se vistió de blanco. Pero no con un largo vestido escotado, colmado de brillantes y con una larga cola, sino con la bata de laboratorio de siempre. Él, lo mismo. Sahin pasaba los días de sol a sol entre microscopios y placas de petri, en el Centro Médico Universitario de Mainz, adonde se habían desplazado un año antes en busca de unir sus proyectos vitales y profesionales. Que los segundos estaban por encima de todo lo demuestra aquella boda, o mejor dicho no boda.
«Interrumpimos nuestras investigaciones brevemente, en batas de laboratorio,para acudir a la oficina del registro, que estaba en frente del laboratorio», explicó Türeci en una entrevista, sobre sus avances en la investigación contra el cáncer, concedida en 2009 al Süddeutsche Zeitung. Entraron en el despacho, firmaron rápidamente los papeles y volvieron a los tubos de ensayo. En su noche de bodas se acostaron, como no podía ser de otro modo, con la Ciencia.
No hay mejor ejemplo que el día de su boda para explicar la devoción de ambos por la investigación. O lo que en inglés se denomina workaholism, la adicción al trabajo, algo pernicioso capaz de destruir matrimonios, pero que, en este caso, permitió alumbrar a una bebé -eso sí, cuatro años más tarde-, varias empresas que han dado grandes avances contra el cáncer y una vacuna revolucionaria que apenas costó unos pocos días en realizarse gracias a su tecnología puntera, y que tiene más del 90% de efectividad.
Ugur Sahin ya atesoraba una trayectoria aplaudida, aunque agotadora, en la que alternaba el laboratorio con los encerados. «Teníamos clase todo el día hasta las cuatro de la tarde», dijo en una ocasión, «y mientras mis estudiantes se iban a casa, yo me iba al laboratorio a trabajar, normalmente hasta las nueve o las 10 de la noche, aunque a veces incluso hasta las cuatro de la madrugada».
Este talante no es casual. Está arraigado en sus orígenes trabajadores. El cocreador de la vacuna de Pfizer nació en julio de 1965 en la ciudad sureña turca de Iskenderun. Su primer hogar, humilde, en el conocido como barrio de los cretenses -en alusión a la procedencia de sus vecinos- todavía se mantiene en pie, aunque amenaza ruina. Sami Uygur, hoy un octogenario, aún rememora la breve infancia turca del agitado niño de los Sahin, que vivía puerta con puerta, y al que auguraban un futuro brillante.
Los milagros suelen partir de carambolas inexplicables. La madre de Sami Uygur evitó, por los pelos, que esta historia no tuviese el final feliz que conocemos. Ocurrió durante una de las visitas a Iskenderun que Ugur Sahin hizo a su tío materno. «Cuando estaba a punto de cruzar la calle corriendo, mi madre lo agarró del brazo y lo retuvo. De no hacerlo, un coche lo hubiese atropellado», enfatiza Uygur. «Su tío materno le dijo a Ugur mucho después que mi madre le salvó la vida».El doctor abandonó Turquía con apenas cuatro años, siguiendo junto a su progenitor los pasos que el padre había realizado tras ser admitido como gastarbeiter (huésped trabajador) en Colonia. La factoría de Ford fue su destino. El del pequeño Sahin lo halló el chico entre los libros de la biblioteca de la iglesia católica del barrio. Todo lo contrario que su futura esposa, cuya vocación vino desde la cuna y sólo estuvo interrumpida brevemente por un impasse en el que, paradójicamente, se planteó ser monja.
«Mi tía Sule Yurdakul se graduó en biología en la Universidad de Estambul, donde trabajó de asistente. Uno de los huéspedes de su jefe fue Yurdanur Türeci, un neurocirujano turco residente en Alemania, con quien se casó en 1966. Özlem nació allí un año después», recuerda al periódico Sözcü, Ümit Sakrak, primo de la cocreadora de la vacuna que ya inyectan en el Reino Unido. Al igual que su marido, Özlem Türeci se consagró a la oncología. La Sociedad Alemana de Oncología premió sus logros en 2005.
El amor entre los padres de la vacuna de Pfizer floreció entre los pasillos y los laboratorios del Centro Médico Universitario de Saarland, en la ciudad alemana de Hamburgo. Sahin, que había finalizado la escuela médica en 1992 y trabajado de médico para medicina interna, hematología y oncología en la Universidad de Colonia, llegó gracias a un traslado en bicicleta y medio desarrapado. Como todavía lo retratan hoy, después de entrar en el top 500 de Forbes de los más ricos del mundo.
Aquella boda insulsa y aquel amor a tres bandas ha supuesto un pelotazo empresarial tras otro. Hartos de los problemas para encontrar financiación, marido y mujer fundaron Ganymed Pharmaceuticals, vendida en 2016 por 380 millones de euros. BioNTech, con Türeci de jefa médica y Sahin de CEO, nació en 2008, con la misión primordial de usar la biotecnología para curar el cáncer, y ya bate récords en la bolsa gracias a una ocurrencia que el de Iskenderun tuvo el pasado enero tras leer The Lancet: usar su tecnología de RNA mensajero para crear rápidamente una vacuna que entrene el cuerpo contra el virus. Su amor ha salvado el mundo.
(FUENTE: LLUIS MIQUEL HURTADO, PARA EL MUNDO.ES)