“Hay que ser quien quieras ser y hay que querer a la gente como es”
Columna de Lunes Sudaca
Por @LaFlacaDelAmor
Guillermo del Toro no se anda con vueltas y eso, de entrada, ya me encanta. El creador, guionista y director mexicano nos zambulle de cabeza y sin respiro en la historia de un “Pinocho” personalísimo, oscuro, lleno de pérdidas y encuentros, de guerra, muerte y superación, de monstruos y espíritus del bosque. Y todo esto para chicos y para grandes. Para todos.
Porque tu, yo, mis hijos, los tuyos, la familia y los amigos vivimos en un mundo que puede tornarse un tanto aterrador, digamos todo. Entonces ¿Por qué no enfrentarnos a esta realidad y vivirla juntos? ¿Por qué no platicar sobre el fascismo, la guerra, las paternidades imperfectas y el miedo tremendo que nos da “lo distinto”, lo que no encaja en las “normalidades” que nos enseñaron?
Guillermo del Toro apostó por una adaptación del clásico de Carlo Collidi “Pinocchio” muy suya y para mi dio en el clavo. Partamos por los colores y la animación en stop-motion: es magistral todo. Ahora vamos con un poquito de la historia:
Después de que pierde a su hijo Carlo en un bombardeo, el maestro Gepetto cae en una profunda depresión. Una noche, en medio de la locura del alcohol (¿Cuándo vimos un papá alcohólico en una adaptación de una peli infantil? Y ¿Cuántas veces vimos un papá alcohólico en la vida real?), el carpintero corta un árbol que estaba cerca de la tumba de su hijo y construye un muñeco de madera. A la mañana, cuando despierta, sea creación había cobrado vida. Rechazo y pánico ante lo desconocido.
En ese mismo árbol vivía el grillo intelectual Sebastián y ahí siguió, pero ahora en el pecho de Pinocho, en su corazón. Sebastián es el narrador de la historia y el encargado del guiar al niño de madera para que sea bueno y como “Carlo”, que es lo que anhela Gepetto: cambiar al muñeco, convertirlo en una persona, en el hijo que perdió y no volverá.
A Pinocho nadie lo quiere tal cual es y claro, como pasa en la vida real, si eres distinta/o irremediablemente sufres. Pero si eres resiliente como Pinocho, buscarás la forma de salir adelante. Y como puede, él lo intenta, lejos de Gepetto y del entorno hostil de la comunidad que lo circunda.
Pinocho asegura ser un niño de verdad y el deseo de complacer a su padre lo lleva por un camino peligroso. Aventuras aterradoras, antagonistas malvados, amor y duelo amasan sin respiro las peripecias que enfrenta para convertirse en un humano, o al menos en un hijo digno del cariño y la aceptación de su papá.
Y aunque Gepetto abatido y por miedo hace locuras que lastiman a Pinocho, al final supera el duelo de la pérdida de su hijo Carlo y reconoce que cada hijo/a es distinto y especial y que lo fundamental en esta vida “breve y finita” es amar a alguien tal cuál es.
Vi “Pinocho” tirada en la hamaca con mi hijo Martín de 11 años. Cuando terminó yo me sentía bastante confusa por la animación en stop-motion que me partió la cabeza, la oscuridad escenográfica y el guion abrumador que, sobre todo al final, no me dio respiro.
Entonces lo miré a Martín y le pregunté ¿Qué te pareció la peli? Me contestó sin chistar: “Me gustó mucho. Hay que ser quien quieras ser y hay que querer a la gente como es”, me contestó.
Ese fue el mensaje que recibió Martín y me lo hago propio. Con eso me doy más que bien servida.
Gracias, Guillermo.
Vean Pinocho, disfrútenla con sus hijos. Ya está en Netflix, pero si pueden vayan a verla al cine.