Fluir
Columna Sábado Sudaca
Por @LaFlacaDelAmor
Muchas veces tengo miedo. Muchas veces me siento muy alto, haciendo equilibrio y sin red. Y claro, tengo pánico de caerme, sin contención. Muchas veces me despierto de noche y me preocupo antes de ocuparme… Sí, el maldito hámster en mi cabeza que corre y corre en la ruedita de la incertidumbre.
Muchas veces -la mayor parte del tiempo- veo el futuro incierto. No sé qué será de mi y de mis hijos en, que se yo, unos años. No puedo planificar a largo plazo, voy pasito a paso, como los alcohólicos.
Muchas veces me pierdo en pensamientos negativos. Soy una persona que sabe darle pilas a los demás (lo hago bien, realmente), pero cuando se trata de mí, puedo cometer la crueldad de escatimar en recursos de amor propio.
Muchas veces suspiro fuerte y me acuerdo de las letras de Juan Rulfo en “Pedro Páramo”: “Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.”
Parafraseando a una gran amiga mía que se llama Guadalupe, corro tras otra frase: “El caminito para estar mal lo sabemos de memoria, el problema es aprender el caminito para estar bien”.
Entonces, voy a Princhos y por 22 pesos me compro una vela con olor a moras que viene en un vasito de vidrio muy lindo. Hago pilates, me baño y en la intimidad de mi cuarto, enciendo la vela.
Me clavo en el fluir del fuego, que se mueve con el vientito que tira el ventilador de techo. El aire está rico en el cuarto: 22 grados. Miro la llama que se mueve para aquí y para allá, pero no se apaga. La desafío poniéndola debajo del ventilador y ahí sigue, fluyendo. Se contornea como loca, se desbarata, se vuelve a armar y se va derritiendo la cera con olor a moras. Sigue encendida.
En ese momento me viene un suspiro rulfiano y lo contengo. “No suspires, flaca”, me digo. Los suspiros de angustia los aprendí de mi mamá, porque uno no aprende todo lo lindo de los padres, aprehende lo vivido con ellos –bueno y malo- y muchas veces lo aplicamos en la vida.
Miro el fluir de la llama que se sigue moviendo y caigo en la cuenta que yo también fluyo todo el tiempo. Que tengo miedo, angustia, pánico, incertidumbre, pero no me dejo de mover nunca. Y que si vienen cosas malas, espero que no se estanquen y fluyan, se muevan, cambien, muten. El otro día, la llama estaba más bajita, como un puntito flameante. Entonces volqué un poco de cera del frasquito y ¡Voilá!, renació.
Como decía mi cuata tapatía, el caminito para estar mal ya me lo sé de memoria… Ahora hay que buscar el caminito para estar bien. No sé cómo hacerlo, pero la vela me da la idea de fluir y le pido al universo que así sea, minuto a minuto, hora a hora, día a día… Pasito a paso.
El otro día conté en una reunión con amigos la idea de la velita y el “to flow” y dejé a dos pensando en el tema. Somos muchas y muchos los que necesitamos buscarle la vuelta para fluir.
Las pilas y el fuego están, por algo se empieza. Y si me achicopalo (me encanta cómo suena esta palabra), me descargaré de equipaje mental para volver a fluir, como si le quitara cera a la vela.
No sé con certeza cuál es el caminito para estar bien, pero puede ser que por aquí comience.