En tránsito perpetuo a la mexicanidad
Martes Sudaca
Por @laflacadelamor
En Relaciones Exteriores te piden un mundo de papeles para naturalizarte como mexicano/a. Tienes que llevar originales y copias de todo, apostillados, documentos tuyos y de los otros, tienes que viajar a CDMX por antecedentes penales federales, hay que redactar cartas que digan “toda la verdad y nada más que la verdad”, entrevistas sobre símbolos patrios y un examen de cultura general en modo “multiple choice”.
Claro que también hay que hacer un pago de miles de pesos y después de regresar de CDMX y presentar todos los papeles, hay que esperar seis meses a que te digan si la naturalización es viable o no.
Este proceso me imagino que es similar en cualquier país, no es que de la noche a la mañana te cambias de nacionalidad y así. Sin embargo, en mi caso, ¿La antigüedad de la vida misma no cuenta, señor funcionario público?
Porque hace casi dos décadas que mi vida tiene que ver con este país. Tengo miles de horas vuelo –En México, Argentina y otra vez en México- de tacos, cochinita, amor, cultura y costumbres mexicanas.
Le cuento, señor funcionario. Yo digo “qué rico” cuando algo me sabe delicioso (y no hablo sólo de comida), cambié mentadas de madre argentinas por mexicanas (suenan muy liberadoras), dí “chuchú” en lugar de “teta”, les hice “taquito” a mis hijos cuando eran recién nacidos y luego, de más grandes, tomaron “mamila o biberón” en lugar de “mamadera”.
Cuando sacaba a pasear a Julia en su “carreola” mexicana en Buenos Aires, todos se reían porque ya no me salía la palabra “cochecito” (así le dicen allá a las carreolas) y la nena aprendió primero a decir “tuch” que “ombligo”.
Y le cuento más… El otro día me comí tres tacos de cochinita, dos salbutes y un panucho, todo de una vez y los bajé con agua de Jamaica. Estaba todo tan rico que pensé que hasta podría vivir sin asado argentino. O no.
Mis famosos fideos con salsa bolognesa de res ahora son spaguetis con salsa bolognesa de cerdo, dejé las achuras y entrañas asadas por las carnitas michoacanas y aunque extraño la pizza tipo italiana que comemos los sudacas (alta, con mucha masa y bordes crocantes), me encanta las comunachas de Little Ceasar, medio anoréxicas de masa pero sustanciosas.
Y hay más… Logro día a día no ser tan directa en decir lo que pienso y en bajar las palabras de mi cerebro a mi boca de una forma más amable, como lo hacen ustedes. Algunas veces me sale, otras no.
Intento convivir con el calor para dejar de considerarlo mi enemigo porque es una batalla perdida… Él seguirá ahí y yo tendré que amigarme con la situación, por el bien de todos. Y ahí voy, pasito a paso y alucinando con el mar hermoso yucateco tan cerca siempre.
Vivo continuamente situaciones de crianza de hijos que pasaron la mayor parte de sus cortas vidas en Argentina, sin embargo se adaptan tan rápido a este país, a otras costumbres y hasta a otras formas de pensar. De los chicos se aprende mucho, tengas hijos o no.
El otro día el más chiquito de la familia jugaba en la compu y se equivocó y empezó a decir “ pero qué pe, qué pe, qué pe que soy…” (sin decir el insulto completo porque es un niño muy bien portado). Le pregunto ¿Qué sos, Martín, pelotudo? “No, mamá, pendejo”, me dijo. Y así la vida…
..Y mis agradecimientos, señor funcionario: A todos aquellos paisanos suyos que me hicieron y me hacen vivir cada día más en casa. Desde el día que el yucateco que vive conmigo puso en mis manos el “El Laberinto de la Soledad” de Octavio Paz, hasta esa vez que devoré por segunda ocasión “La Región más Transparente” de Carlos Fuentes, sin pasar por alto la obra de arte “Y Retiemble en sus Centros la Tierra” de Gonzalo Celorio. Los tres libros tan distintos y tan claros para enseñarme más sobre ustedes, para aprender a desentrañarlos un poco más.
Claro que no verbalicé nada de esto con el funcionario público para que no me negara de una vez la naturalización. Pero todo corría vertiginosamente por mi cabeza, mientras él me marcaba en una hoja de Relaciones Exteriores todo lo que tendría que llevarle a partir de agosto. Él leía, hacía flechas y encerraba palabras en globitos de memoria, un poco aburrido. Y yo pensaba que mi argentinidad está mutando desde hace añares, que vivo en un cambio constante, que soy argentina pero también tengo mucho de ustedes y que los papeles algunas veces quedan chicos cuando hablamos de identidad.
Porque yo me emociono cuando ustedes entonan el Himno Nacional Mexicano, porque aunque no nací aquí ni estudié la historia como ustedes, me llega hasta lo más profundo de mi ser. Me pasa lo mismo con el himno de mi país, las canciones patrias me traspasan el corazón.
Ojalá en las oficinas públicas te hagan un examen empírico de cuánta mexicanidad llevas en las venas, yo creo que, a pesar de ser tan argentina, me saco un 10.