“Ellos están en esencia y la fiesta que les hacemos es muy grande”
El miedo se va por la ventana y todo es alegría, emoción y mucha ilusión de que los queridos difuntos vienen, desde hoy, a visitarnos. Y qué mejor que prepararles lo que más les gusta para comer y tomar, llenarlos de flores y evocarlos en los mejores momentos. Así y como muchos yucatecos, vive el Janal Pixán la cocinera tradicional Miriam Peraza y hoy nos metimos en su cocina para hacerla viajar en el recuerdo
Miriam Peraza Rivero tiene 65 años pero no se le notan por ningún lado. Trae en las venas algo de niña curiosa, de adolescente rebelde y de madre joven y disciplinadora. Y hoy, “sin querer queriendo”, la llevamos de viaje por el recuerdo en esta fecha tan especial que arranca este día para celebrar a nuestros queridos difuntos.
Y esta cocinera tradicional yucateca nos invita a visitar las entrañas de su cocina en “Manjar Blanco”, llena de olor a comida casera, a pib recién horneado bajo tierra. El Janal Pixán o Día de Muertos arranca y ella está feliz, radiante y tiene la certeza de que sus muertos llegan a visitarla y los recibe con el corazón despanzurrado de dicha.
Y ya están llegando los difuntos, el miedo se esfuma y la dicha invade. “¿Miedo? No hay miedo, nadie le tiene miedo a los muertos en Yucatán. Físicamente nuestros queridos difuntos no están, pero quien verdaderamente quiso al ausente, lo siente en esencia, no en presencia. Mi abuela Enriqueta vive en mi boca, en los sabores que cocino a diario, en mis días y noches. Hay alegría de que vienen, de que estén aquí”, asegura.
Como una nené ansiosa y traviesa, Miriam recuerda una fecha de Día de Muertos en su natal Dzilam González, donde vivía con sus hermanitos, sus papás Eloy y Miriam y su abuela Enriqueta.
“Recuerdo a mi abuela matando un cochinito. Ella nos crió porque mi mamá era maestra rural. Vivíamos en Dzilam González y estas fechas eran todo un ritual… Las ánimas difuntas estaban a punto de llegar y no sentías temor, sino respeto y certeza de que ibas a compartir y a convivir con ellos. Se preparaba todo desde la noche anterior, no podía haber nada sucio, menos la cocina… El 28, 29 y 30 se prendía una veladora blanca junto a las flores para iluminarles el camino a las ánimas solas, los que no tenían quién les rezaran y ahí arrancaba todo”, relata.
Después cuenta que venía un día muy importante como el de hoy, el de los niños difuntos. “En la mesa que les preparábamos estaban los juguetes preferidos -la muñeca, el trompo, el yoyo y una fotito-. Se hacían tamales porque son más suaves y a todos los niños les gustan. Se les rezaba para darles la bienvenida”, detalla.
Y un día como hoy también, en su recuerdo, Miriam visualiza a Enriqueta matando el cochino y gallinas, “de esas hermosas sin plumas en el cuello”, recuerda. Y ya todo estaba listo para arrancar con el pib: el patio era un lugar muy productivo y de ahí cortaban las hojas de plátano y los más chicos desgranaban espelones. “Tengo una imagen muy viva de mi abuela escuchando la radio mientras cocinaba el pib. Teníamos un acumulador porque en esa época no había luz en el pueblo”, relata.
El hueco en la tierra para cocinar el pib era tarea de su papá, don Eloy. “Recuerdo que él nos decía: ‘Todos estos recuerdos se van a corazón’ y tenía mucha razón… En esta fiesta involucras a tus ancestros y ellos quedan tatuados para siempre en ti. Cuando alguien se nos va, el ser humano es egoísta, vemos sufrir a alguien querido y nuestra mayor preocupación somos nosotros, que nos quedamos y nos embarga el egoísmo. No sé si existe un cielo o un infierno en el más allá, lo que sí sé es que como los recordamos es cómo ellos tienen que existir en nosotros”, dice segura y emocionada.
Y recuerda a sus papás: “Cuando mi papá se fue yo no concebía la vida sin él… Pero quedaba mi madre y mis cinco hijos y comencé a invocarlo, a decirle ‘papi no me dejes sola, dame fuerzas’. Por eso, en estas fechas, nos dedicamos a atenderlos, a cocinarles y los recibimos como ellos se merecen: es un encuentro con la ausencia… Yo daría mi reino porque mi papá se sentará aquí conmigo, pero eso no va a pasar. Ellos están en esencia y la fiesta que les hacemos es muy grande”, puntualiza.
Miriam sabe a ciencia cierta que comparte este sentir con muchos yucatecos y, si de costumbres hablamos, ella no cree en el Janal Pixán mezclado con La Catrina. “Los mestizos no nos pintamos de nada, recibimos con mucha alegría al ausente y se lo demostramos haciéndoles el altar con viandas y flores en la mesa. Eso sí, lo que no puede faltar es el vaso de agua, porque regresan sofocados de tanto viaje”, aclara.
Y nos deja un mensaje -con consejo incluido- para estas fechas: “Reciban a sus seres queridos con la alegría y el amor que les dieron en vida. Cuando ellos se van, muchas veces nos quedamos con la sensación de que nos faltó decirles algo… Por eso aprovechen estas fechas que regresan para darse la oportunidad de decirles lo que quieran, porque ellos están aquí y eso nos ha enseñado nuestra cultura”, aconseja.
De colofón le preguntamos: ¿Qué tendrá el altar de Miriam cuando ya no esté y cómo la van a recordar sus seres queridos? Y ni lerda ni perezosa, con los ojitos brillosos enumera:
“Me van a recordar alegre, contenta, disfrutando y cocinando… Mi altar tendrá un buen mucbipollo como les enseñé a hacer, una cervecita Tecate Ligth y un whisquito”, concluye, feliz.- Cecilia García Olivieri.