El Eternauta, entre la amistad y la resiliencia para remarla en un mar de nieve
Columna Mínimas Sudacas
Por @LaFlacaDelAmor
Pura “saudade” le dio a @LaFlacaDelAmor ver en Netflix la serie El Eternauta, basada en la emblemática novela gráfica de sus paisanos sudacas Oesterheld y Solano López. Y aunque ella no leyó el cómic de 1957, la serie que estrenó Netflix hace unos días y que ya es furor en el mundo entero, le dejó un buen sabor de boca, un ritmo un poco lento, un último capítulo intenso y muchas ganas de una segunda temporada. Ante situaciones adversas, desconocidas y un poco terroríficas, enarbolar la bandera de la amistad, la resiliencia y esa cosa tan argenta y latinaomericana de “Lo atamo’ con alambre”, es lo que saca en limpio y valora de la serie El Eternauta. Aquí una reseña y un consejo: véanla:
Todo empieza con una partida de truco en la casa del Tano y ahí ya se me llenó el ojo de basurita y se me hizo un nudo en la garganta. En la serie era de noche, hacía mucho calor como acá (a pesar de ser diciembre, en el fin de mundo las estaciones están al revés… Como muchas otras cosas…) y los cuatro amigos argentinos y cincuentones (como yo) se cantaban “envido, real envido, truco y quiero retruco”, entre guiñadas de ojos, burlas y sonrisas socarronas. Antes de llegar a lo del Tano (Hay tantos tanos y tanas en Argentina), las calles estaban calientes de gente manifestándose por cortes de luz en medio de tanto calor. Igual nadie tenía la más pálida idea de lo que les esperaba…
Así arranca la serie de Netflix “El Eternauta”, una adaptación de seis episodios de la historieta gráfica “El Eternauta”, escrita por el argentino Héctor Germán Oesterheld y con ilustraciones de su paisano Francisco Solano López. Como el cómic, la serie se desarrolla entre Buenos Aires y Gran Buenos Aires y esa misma noche, los amigos que jugaban truco sobreviven atrincherados en la casa del Tano, luego de que una misteriosísima nevada asesine instantáneamente y al contacto a todas y todos los que andaban en la calle y deje todo blanco, gris, inerte y muerto, como si se hubiese congelado el tiempo. Por cierto, en Buenos Aires no nieva nunca.
Paremos la pelota. Escribo esta reseña sobre la serie y no leí el cómic. Hace muuuuchos años se lo regalé a una ex pareja –fanático de la historieta- y lo tuve en la biblioteca de la que era entonces nuestra casa durante años, pero no lo leí, sólo lo ojeé. Ahora que vuelvo a ver imágenes del cómic, regresa a mi memoria oscuro, en blanco y negro pero lleno de matices, sencillo a la vista pero no: totalmente singular, como lo recuerdo hace décadas. Y tantos otros recuerdos llegan…
La serie El Eternauta es de ciencia ficción, un poco de terror, amistad, equipo y “argentinidad al palo”, como canta la Bersuit Vergarabat. Y tiene eso tan argentino de “Lo atamo’ con alambre” que, a la distancia, me conmueve muchísimo (vivo en Mérida y no regresé a mi país desde hace siete años). Eso y la amistad tan férrea, que no vi en ninguna otra parte del mundo. Porque remarla siempre con la familia que uno elige, no tiene precio… Y sí, es un lugar común y qué lindo es, aunque no siempre las cosas salgan bien.








Bueno, el tema es que estos cuates abandonaron la partida de truco y se las van ideando para dejar el atrincheramiento y salir a la nieve para ver qué pasa, conseguir provisiones y ver cómo siguen vivos. Todos son amigos, pero sin duda el líder de la manada es Juan Salvo (en la piel del actor Ricardo Darín), quien se pone la legendaria máscara subacuática, tan emblemática del cómic. Juan sale a buscar a su hija Clara y a su ex mujer Elena.
Sin aventurarme a tirarles demasiadas líneas por el spoiler, les puedo contar que la historia es tan argentina como latinoamericana y hace vivir y sentir desolación, claustrofobia, angustia galopante y un poco de desesperación… Todo surfeando sobre una ola que nos resulta familiar y extraño a la vez. Porque son nuestras calles, pero ya no. Algo que no sabemos qué es (¿De otro mundo?) llegó para quedarse, hace daño y mata.
Y vemos a Juan Salvo caminar como si estuviera hundido en el agua, pero flota. En un diciembre calurosísimo, el cielo de Buenos Aires es helado y gris y Juan respira subacuáticamente entre agua seca y mortal. Una locura. Por cierto, en la serie Juan es sobreviviente de la guerra de Malvinas, que ocurrió en 1982. Cabe destacar que el cómic se terminó de escribir en 1959 y para 1977 –todavía en pleno gobierno militar- Oesterheld fue secuestrado por los militares y hasta el día de hoy nada se sabe de él… Ni de sus cuatro hijas. Son todos desaparecidos. La aparición de Malvinas en esta adaptación (hay otro guiño en el último capítulo respecto a Perú, país que apoyó a Argentina en la guerra), me pareció acertadísima.
El Eternauta es un gramo de esperanza en medio del horror que no se entiende, es una oda al amor fraterno que no lleva la misma sangre y a la resiliencia. De los argentinos y de los latinoamericanos. A sacar fuerzas no sé de dónde para rifársela siempre. Eso tiene la serie y transciende fronteras. Eso me dejó en el corazón.
La serie es argentina, con guion y dirección de Bruno Stagnaro y un equipo de genios que, al final del último capítulo, nos regalan una probadita de cómo trabajaron esta historia un poco fantasmagórica, extraterrestre y de bichos gigantes.
El Eternauta no me causó adicción de verla de un tirón, no es vertiginosa, no atrapa irracionalmente, digamos todo. O por lo menos es lo que me pasó. Pero sí me regaló un último capitulo bien intenso y que ya trae bajo el brazo segunda temporada.
¿Qué o quién es un eternauta? Dicen que la novela gráfica proporciona la respuesta enseguida. La serie no lo hace, así que tendrás que esperar o comprar el cómic (en Amazon está a $878, tapa dura).-Cecilia García Olivieri.
