¡¿Dónde están?!
Columna de Viernes Sudaca
Por @LaFlacaDelAmor
Una de las cosas más escalofriantes que me pasaron en la vida fue pensar que había perdido un hijo o una hija en un espacio público. Cuando Julia y Martín eran más chiquitos e íbamos al súper o al parque a jugar, más de una vez se me escapaban y pasaba los segundos más desesperantes de mi vida gritando desde las entrañas sus nombres. Me salía una voz desgarradora, gutural, ensordecedora. Corría de aquí para allá gritando sus nombres y revolando los ojos a diestra y siniestra, arriba y abajo.
Siempre los encontré.
Ese mismo sentimiento de angustia y desesperación que oprime el pecho me agarró ahora, como un déja vú, cuando me pongo a leer las notas de las chicas desaparecidas en Nuevo León. Ellas no son chiquitas y tampoco estaban con sus papás cuando desaparecieron, pero me puedo poner dos segundos en los zapatos de sus mamás y me da taquicardia del terror que deben vivir en estos momentos.
Y aunque me muevo de ese lugar casi corriendo, se me cruza por la cabeza que un día mi hija que ahora tiene 16 años –la misma chiquita que más de una vez se me perdió en el parque- sale de casa un día para ir a la prepa, a reunirse con amigas, a un cumpleaños (recién ahora y luego de lo cabrón de la pandemia, los adolescentes comienzan a activar su vida social) y en lugar de regresar a casa a tal hora, no vuelve.
Me imagino llamándola y que no conteste. Pienso en llamar a sus amigas y que me digan que ella ya salió para casa… Pero no llegó. Pienso que las llenaría de preguntas, que iría a verlas a sus casas, que les cuestionaría hasta los detalles más ínfimos… Y mi hija seguiría sin regresar.
Acudiría corriendo a la policía, al palacio de gobierno, al municipal, a la fiscalía y a reunirme con otras personas que pudieran ayudarme. Yo estaría muerta pero desesperadamente viva.
No puedo imaginarme cómo haría para comer, dormir, cuidar a mi otro hijo, trabajar, vestirme, bañarme o peinarme mientras mi hija no está conmigo ¿Cómo haría para tan siquiera respirar con el cartel de “desaparecida” de mi hija? ¿Qué estaría haciendo ella lejos de mí? ¿Estaría viva? ¿Estaría muerta? Lo leo y se me congela la sangre.
Vivimos en un país donde una noticia nos da golpes secos y fuertes en la cara y me pregunto ¿Cuándo reaccionamos? Porque en México -en Nuevo León para ser más exactos- estalló la alarma de mujeres desaparecidas. En menos de un mes, el Grupo Especializado en Búsqueda Inmediata (GEBI) ha emitido alertas por más de 20 chicas que nunca más volvieron a casa: 12 han sido localizadas con vida, pero al menos otras nueve de la zona metropolitana de Monterrey siguen sin aparecer.
El sábado pasado encontraron el cadáver de una de ellas: María Fernanda Contreras, de 27 años y el gobernador Samuel García anunció la creación del GEBI, pero ni este equipo de búsqueda, ni las marchas de otras mujeres sororas, ni de activistas, ni los reclamos de los familiares ni de esas madres desesperadas, cambian hasta hoy la situación. LAS MUJERES NO ESTÁN, NO APARECEN ¿DÓNDE ESTÁN?
Todas tienen nombres y apellidos y edades desde los 12 hasta más de 30 años. La mayoría seguramente tenía un celular de donde nunca más llegó un “hola” o un “bueno”, ni un mensaje, ni nada. Todas tienen también gente que las aman y están desesperadas y desesperados por sus ausencias.
En medio de la Reforma Eléctrica, la reciente Consulta por la Revocación de Mandato, el Tren Maya, la crítica diaria y tediosa a la “prensa conservadora”, el covid y los “Abrazos, no balazos”, el gobierno de la 4T que vino a hacer la revolución, le da más importancia a todos estos temas que a esta realidad horrenda de tantas mujeres que no sabemos dónde están. Porque son muchas, porque los feminicidios no cesan y porque nada alcanza para gritar tanto dolor y desesperación. Esto que está pasando es aberrante. Y no tiene madre ni padre. Y las hijas no están.
Para esas mamás que seguramente no duermen, ni comen, ni saben cómo vestirse cada mañana para arrancar un nuevo día sin sus hijas: toda mi solidarización. Y ojalá todas y todos podamos entender que nadie está exento de este terror que vivimos, sean tus hijas grandes o chiquitas. No esperemos que nos pase para levantar la voz.