SUMARIO | YUCATÁN

De muertos estrellitas y muertos de visita

Columna Sábado Sudaca

Por @LaFlacadelAmor

Ya les conté que crecí con pánico a la muerte, pero vamos a refrescar un poco las memorias porque hay nuevas seguidoras y seguidores.

La primera muerte que viví (vaya paradoja) fue la de mi abuelo Carlos, papá de mi mamá. Yo tenía ocho años y me fueron a buscar un domingo a la casa de mi amiga Laura donde estaba jugando. Vino mi prima grande Sarita con su marido Ricardo y mi hermana Sole. A mí sólo me dijeron: “El abuelo se enfermó y se siente muy mal”, o algo así (lo habían operado de la rodilla, me acuerdo, pero estaba perfecto) y los cuatro nos subimos a la camioneta Ford del abuelo.

Ricardo manejaba, después estaba sentada yo, mi hermana y mi prima Sarita, al lado de la puerta. En el viaje, mi hermana –de cinco años- me miraba y me decía: “El abuelo se murió”, y se callaba la boca. Yo la miraba a mi prima y ella no me contestaba. Así fue todo el viaje hasta mi casa, el hogar donde, con mis papás y mi hermana, vivíamos con mis abuelos.

Pero no fuimos a la casa, nos llevaron a otro lugar muy cerca. Era donde vivía Beba, una señora parienta lejana de mi familia materna, que tenía hijos de nuestra edad. Recuerdo que caía la tardecita, ella me agarró en brazos y me dijo: “Mirá el cielo, la estrella que más brilla es tu abuelo”. Ahí entendí que don Carlos Olivieri se había muerto.

Pasamos con mi hermana la noche en la casa de Tuti, una vecina y mamá de mi mejor amigo Hernán. Esa noche dormimos con Tuti, su hijo mi hermana y yo, todos en la cama grande.

Al día siguiente nos llevaron a la casa de mi abuela paterna Ruth. Ella vivía en Mercedes sobre la calle 12, la única que va directito al cementerio mercedino. A una hora determinada, nos ubicamos las tres en la ventana de la casa y vimos pasar a mi abuelo en la carroza fúnebre. En el segundo auto alcancé a ver a mi mamá: tenía un sweater beige y la cara desencajada de tanto llorar. No me olvido más.

Así conocí a la muerte, sin demasiada información, mirando una estrella en el cielo y recordando a mi mamá rota de dolor. Después vinieron años consecutivos de ir toooodos los domingos al cementerio a llevarle flores al abuelo y a ver sufrir a mi abuela Celina y a mi mamá.  A los 13 años me le planté a mi madre y le dije: “No quiero ir más al cementerio” a accedió a mi ruego.

Siempre le tuve pánico a la muerte porque así me la enseñaron: negra, dolorosísima, muda, tremenda y mala, muy mala, porque quita lo que queremos. Hoy y mientras escribo esto, lo veo a mi hijo de 10 años jugando con la perra Darla. Él vive en Yucatán hace cuatro años y en ese tiempo ya celebró cuatro días de muertos. Tiene dos años más que yo cuando murió mi abuelo.

Lo interrumpo en el juego con la perra y le pregunto qué es el Janal Pixán para él, qué significa el Día de Muertos en su vida.

“Vienen las almas de los muertos a visitarnos y les hacemos un altar, están unos días por acá y después se van. Pero regresan cada año”, me dice, con una mirada clara detrás de sus anteojos rojos.

“¿Le tenés miedo a la muerte, a las almas que vienen a visitarnos?”, le pregunto.

Me mira extrañado… “¿Miedo?, No… ¿Por qué iba a tenerles miedo? Si las almas no hacen nada malo… Vienen a visitarnos y yo pienso que andan por la casa cuando estamos durmiendo. Ellos nos quieren y nos extrañan y por eso vienen a ver cómo estamos”, dice mi corazón de melón y a mí se me hace un nudo en la garganta de la emoción.

 Y pienso en mi propia muerte, pero de otra forma. Pienso en mí y en todo lo que hice en estos años de vida y que, si me muero mañana, tan mal no la pasé, hice un chingo de cosas chidas y que también fui bastante feliz.

Y pienso también en cómo vivirían los que se quedan mi ausencia… Esperando que cada año venga a apapacharlos mientras duermen, sin miedos que dan escalofríos, sin rostros desencajados de dolor, sin estrellitas distantes… Pero eso sí, con mucho, mucho, mucho amor. Sin ninguna duda elijo una y mil veces esta visión maravillosa de la vida y la muerte.

Bienvenidos, todos los difuntos queridos, aquí los estamos esperando.

Ah, y coman rico pib.

30 octubre, 2021 Columnas Comunidad Cultura Local Religion
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