“Dame 150 de mortadela”
Columna Domingo Sudaca
Por @Laflacadelamor
En mi tierra argentina, vas a una fiambrería (donde venden carnes frías y embutidos) y pides así: “dame 150 (gramos) de mortadela, 200 de jamón cocido, 100 de crudo, 150 de queso, 100 de bondiola y 100 de matambre”. Después cruzas a la panadería de enfrente, te compras unos panes bien ricos y crujientes y te preparas unos sánguches inolvidables con todas estas carnes frías deliciosas, que te las sirven cortadas en fetas bien finitas y envueltas en papel de cera.
Hoy desperté con un antojo terrible de ir a una fiambrería para prepararme un sánguche lleno de nostalgia y, como quien no quiere la cosa, no salió el sánguche pero sí salió esta columna, formada por gramos de pequeñas historias que surgieron esta semana. Es una columna de columnitas y ojalá les parezca rica, no buena, eso… (No dejo de pensar en el sánguche). Ahí les va:
DE ESO NO SE HABLA: La mamá de una amiga se contagió de covid. Es un adulto mayor con comorbilidades. Conocidos, familiares y amigos le preguntan a la hija (mi amiga) cómo se contagió su progenitora “de eso” (la palabra covid no se menciona). Les interesa más saber cómo y dónde contrajo el virus que brindar una ayuda a la hija, único familiar que puede cuidarla. La señora está bien, en su casa y en proceso de recuperación. Mi amiga no tiene vida en estos días, entre su casa y la de sus padres, y es necesario que empaticemos y les demos una mano a los “cuidadores”, muchas veces invisibilizados y abandonados.
“VEO GENTE MUERTA”: Empecé a ver gente sin cubrebocas. Me siento como la película donde el niño dice “I see dead people”. Los veo en situaciones chiquitas: en las puertas de sus casas, bajándose del auto, caminando por el barrio. Sigo viendo mucha gente con el cubrebocas mal puesto.
HOLA, SEP, EN ESTE PAÍS HAY NIÑOS: En Argentina hay desde hace más de una semana un debate profundo, politizado y sin salida sobre la vuelta de los chicos a la escuela. Regresaron, en algunos lugares, los últimos años de cada ciclo escolar, para terminar las clases (allá llevan un ciclo lectivo diferente al de México). En Argentina existe un confinamiento fuerte desde hace más de ocho meses. Aquí ni se menciona el tema de regresar a clases presenciales y los niños siguen tan invisibilizados como al inicio de la pandemia. Las clases online estresan, a veces aburren, provocan ansiedad y angustia en muchos chicos. No sé si aprenden, realmente.
VIOLENCIA DOMÉSTICA VS. MALDITO ENCIERRO: Y hablando de confinamiento, un diario capitalino grita en su primera plana que octubre cerró con 20,590 carpetas de investigación por violencia familiar. Este número fue superado por las 20 mil 504 carpetas de marzo pasado, cuando inició la pandemia. Y ojo, estos son los casos denunciados en el Secretariado Ejecutivo del sistema Nacional de Seguridad Pública. Hay miles de casos cotidianos que no tienen voz y reinciden día a día, hora a hora, minuto a minuto.
CAMBIO REDES SOCIALES POR LIBRO, UN RATITO: Las redes sociales cansan. Hay días que la información atrae, embelesa, te prende a la pantalla. Hay días que no y es una hueva total. En casa no dejamos el celular, pero le damos chance también a la lectura, desde los menores de edad hasta los adultos. Todos tenemos “nuestro libro” del momento y nos devoramos unas páginas cuando hay chance con mucho gusto e piaccere. Estoy orgullosa de la hija de 14 que, en una semana, se devoró “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde. Algo bien hicimos con estos chicos.
LOS ÑOQUIS QUE NUNCA FUERON: Desidia de la pandemia es haberle pedido a mi madre la receta de los ñoquis (una pasta muy fácil de hacer), pero que aún no le di curso. Es más, las papas –el ingrediente principal- tienen hasta brotes. Martín, el hijo de nueve años, me remuerde la conciencia cada vez que ve las papas y me dice “Yo me acuerdo cuando tenía cinco años y comí ñoquis en la casa de la abuela Ana”. Yo le cambio de tema, mientras los brotes crecen.
CERRAR CICLOS, NECESARIO: Esta semana entrevisté a psicólogo Paulino Dzib Aguilar sobre las fiestas navideñas y la pandemia. Paulino insiste en que debemos celebrarlas -con todos los cuidados y protocolos- porque son parte de un ciclo que hay que cerrar para arrancar otro. “No hay que enviarlas al baúl de las pérdidas”, remarca. No soy fan de las fiestas navideñas y, en pandemia, me pesan todavía más. Sin embargo creo que Paulino tiene razón… Ya tuvimos muchas pérdidas este año, de todo tipo. Y por los niños de la familia, vale la pena celebrarlas.
SANOS, HARTOS Y PÁ DELANTE: Cuando me preguntan cómo estoy, digo “sana y harta”. La pandemia nos movió el piso, nos hizo dar un giro de unos cuantos grados, nos dejó en casa y nos puso al mismo tiempo la cabeza en miles de otros lugares. En estos ochos meses somos los mismos, pero no. Crecimos, sin duda, en un chingo de cosas, aunque quizás nos falte tiempo y distancia de todo esto para darnos cuenta. Hay incertidumbre, cierto, pero el camino está: seguir adelante, cuidarnos, conectar con los seres queridos que nos hacen bien, conectar con nosotros mismos en nuestros tiempos y espacios, trabajar para vivir y seguir viviendo para ver qué sigue, a pasos cortitos. No sé, quizás que voy al súper, compro papas, harina y huevos y hago los ñoquis. Más de eso hoy no me pidan.