Bardo, tras la mexicanidad única… Que no existe
Columna Miércoles Sudaca
Por @LaFlacaDelAmor
La sombra de Silveiro Gama se proyecta en el desierto mientras corre, toma impulso y se eleva al cielo. No soy Silveiro, pero siento un deja vú cuando lo veo y hasta me da adrenalina y un poco de miedo sentir cómo su sombra va perdiendo vuelo para tocar de nuevo el piso y elevarse otra vez. Y así…
Silveiro está quemado y le estalla la cabeza. Llegó a un momento de su vida en que se cuestiona todo, hasta su propia existencia. Y qué difícil es hacerse preguntas cuando las respuestas o las verdades absolutas no existen ¿Verdad?
Mexicano él, Gama es un reconocido periodista que hace documentales y vive, por un exilio elegido, en Estados Unidos. Y justo regresa a México, antes de recibir un premio por su trayectoria en el país vecino. La carga mental que trae este hombre es enorme, el entorno lo cuestiona y él también hace lo suyo, claro ¿Hay cuerpo y salud mental para soportar este examen de conciencia?
Con una mirada personalísima aborda el director mexicano Alejandro González Iñarritu su última peli “Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades”, que se estrenó en los cines hace poco más de un mes y ya puedes ver en Netflix. La historia es “no convencional”, transcurre en sueños y en la conciencia del protagonista, entre historia, realidades de México, vivos y muertos. Arranca de una vez “fumada”, pero te acostumbras a ese ritmo, es llevadera.
Y digo “mirada personalísima” de Iñarritu porque en este viaje introspectivo de Silveiro-Alejandro, yo también viajé. Porque nos pasa que a veces –por una cuestión de edad o de experiencias vividas- entras en un viaje onírico y de introspección para preguntarte cosas… A mí me pasó con Bardo, aunque no soy Silveiro, ni hombre, ni mexicana ni mi realidad es parecida a la de él. Pero sí, ese es el plus que me dejó la peli.
En una actuación espectacular de Daniel Giménez Cacho como Silveiro, el protagonista regresa a México para participar en un programa de televisión y se debe regresar a Estados Unidos –donde radica con su familia- para recibir un premio internacional por su trayectoria de periodista documental. Este hombre ya trae “bardo” en su cabeza y se le manifiesta de miles de formas en su estancia en su país de origen.
Algunas cosas que me llegan ahora de este viaje loco y te comparto: Me partió la cabeza cómo, en medio de las calles del Centro de CDMX, una mujer que camina se desploma y queda ahí tirada. Está inerte, con los ojos enormes y habla. En la locura que vive Silveiro, se le acerca para preguntarle qué le pasó y ella le dice que “ha desaparecido” y le aconseja que se vaya porque sería peligroso para él. Otros caen inertes y mudos como ella.
Otra: En una visita al Palacio de Chapultepec, Silveiro también revive la reinterpretación de la batalla del 13 de septiembre de 1847, entre el ejército estadounidense y cadetes del colegio militar, de donde habrían surgido los Niños Héroes. La escena la vivencia el mexicano protagonista junto al embajador de Estados Unidos.
Una más: En una montaña de cadáveres en el medio del Zócalo capitalino, Silveiro se encuentra, en la cima, con Hernán Cortés y platican, pero no se escuchan demasiado…
La anteúltima: La familia de Silveiro es importante en su vida: comparte con su esposa el peso después de años de un hijo que nació, vivió 30 horas y murió. También se confronta con otros hijos casi adultos que nacieron en México, crecieron en Estados Unidos y cuestionan a su padre sobre la migración, el exilio y ser mexicano. Asimismo, Silveiro se reencuentra en sueños con su padre y con su madre, con el amor cariñoso no manifestado pero que él igual siente presente. Silveiro entiende y perdona, probablemente porque también es papá.
La última que me viene ahora a la cabeza: Y el oficio de comunicador también es parte de su dilema de vida, cuestionado por sus colegas por irse, por aparentar ser algo que no es, acusado de no ejercer un oficio real o veraz. Silveiro también tiene su visión del periodismo que se hace en México y no se queda callado.
Perdón… Esto: Migrantes en el desierto, agotados, secos y llenos de tierra, entre la cruel realidad de perseguir un exilio para sobrevivir y apariciones místicas… Ahí está Silveiro, poniendo el ojo con la cámara pero con el corazón y la mente en encrucijada.
Visual y técnicamente, Bardo es hermosa y un poco loca, como la naturaleza de los sueños. La vi en Netflix y siento que en el cine el disfrute sería mayor.
Como para ir cerrando y lo que me queda a mí de Bardo: ¿Es posible sostener la idea de una mexicanidad única? Claro que no, no se puede encajar a todas y todos en una noción exclusiva. Y de eso siento que nos platica Bardo a través de este hombre maduro, migrante por elección, que se cuestiona todo, es de carne y hueso, pero también una sombra cansada y expuesta que, pese a todo, todavía baila a David Bowie en una versión que arranca a capella de “Let’s Dance”… Y sobre todo también puede volar.
Porque siempre se puede bailar y volar.