Cuestión de fe: entre las tinieblas y el paraíso
Sábado Sudaca
Por @LaFlacadelAmor
En “Algo en qué creer” no hay cubrebocas, alcohol en gel, virus ni confinamiento, sin embargo es una serie que viene como anillo al dedo para ver en pandemia.
El título de esta serie de dos temporadas –elegido para su emisión en Netflix- poco y nada tiene que ver con el nombre original: “Herrens Veje” o “Los Caminos del Señor” en su traducción más fiel al danés. Ocurre hace tres años en Dinamarca, trata sobre creencias y fe y el centro de todo es una familia bien humana: llena de emociones, mezquindades, amor, odio, generosidad, virtudes, defectos y pecados.
Y digo que es ideal para ver en pandemia porque el confinamiento nos ha acercado un poco más a la introspección, a poner el ojo donde antes no mirábamos, a ver a los nuestros –y no tan nuestros- de otra forma o desde otro lado, a husmear más en sentimientos viejos y nuevos, distintos. Y a volvernos también un poco más ontológicos, tal vez creyentes o más ateos que nunca.
La historia de Adam Price –quien ya tuvo otro golazo en Netflix con “Borgen”- no es una historia religiosa, sino sobre la fe y cómo nos toca, afecta, conmueve, resbala y moviliza como seres humanos. Si el pastor o guía se pierde ¿Qué pasa con el rebaño? ¿Qué sucede antes la pérdida de un ser querido y el sentimiento de ausencia de Dios? ¿Podemos ser egoístas y tiranos y, a la vez, profesar el amor al prójimo desde un púlpito? La búsqueda de Dios –no importa si eres católico, protestante, luterano, judío o budista- ¿puede llevarnos al desencuentro?
En “Algo en qué creer” todo empieza cuando el pastor luterano –un tipo muy carismático, casado y con dos hijos adultos- Johannes Krogh (en una actuación tremenda de Lars Mikkelsen) contiende para ser nombrado obispo y, contra todos los pronósticos, pierde. Y no sólo eso, también se pierde él, mientras los integrantes de su familia y colaboradores dan tumbos por sus propios medios. En este drama espiritual y familiar el meollo del asunto radica en lo importante que puede ser para cada uno creer en algo o en alguien, aunque las circunstancias que vivamos nos pongan piedras en el camino y se vuelva casi imposible hacerlo. Si todo parece que se hunde ¿Cómo levantarnos, resurgir, volver a creer? Quizás que lo hagamos siendo los mismos o quizás siendo totalmente distintos. O quizás no nos levantemos ni creamos nunca más.
El ritmo de “Algo en qué creer” pinta lento en el primer episodio, pero engaña. Conozco gente que empezó a ver la serie y la abandonó por esto mismo. Denle chance, tiene buen ritmo, atrapa, emociona, conmueve, da bronca, genera ternura y, sobre todo, moviliza y te deja pensando. Y otro detalle para nada menor: vas a conocer un poco sobre el “realismo mágico” danés, en las propias palabras de Adam Price.
La serie danesa tiene discusiones teológicas interesantísimas sin saturar o volverse monotemática en el tema: todo es en su justa medida. Trata también sobre infidelidades, amor lésbico, la guerra y la fe, sobre inmigrantes, drogas duras, acercamiento al budismo y esta nueva onda de buscar a gurúes que, desde su propia fe, te conviertan en “mejor persona”. Y todo fluye maravillosamente en un guion im-pe-ca-ble.
Es más, terminé de ver las dos temporadas de “Algo en qué creer” hace dos semanas y no me puedo enganchar con nada nuevo. Y eso pasa cuando una historia está bien contada porque te deja pensando. Porque si creías que el confinamiento te dejó ahí varado en medio de la nada, no es así. Siempre podemos intentar nuevos caminos.