Suecia: la vulnerabilidad de una estrategia que salió mal
Con más de 7,500 muertos, los contagios disparados y las UCI de Estocolmo al 99%, constata el fracaso de una laxa estrategia para detener el nuevo coronavirus. El nivel de contagios por covid-19 , además, crece a mucha mayor velocidad y los más afectados son los adultos mayores. Expertos afirman que la crisis que sufre el país nórdico no es de sanidad, sino social
Según el prestigioso politólogo sueco Bo Rothstein, su país se tomó la lucha contra el coronavirus como si fuese una competición: “Ha habido un nacionalismo mal entendido que ha visto esto como una especie de partido internacional en el que había que animar al equipo de casa: ‘Suecia es siempre la mejor’. Pero esto trata del hecho de que una cantidad terrible de personas mayores y vulnerables ha tenido que sufrir, seguramente de forma innecesaria”.
Los suecos se distinguieron desde el principio de la pandemia por afrontarla con una estrategia de enorme laxitud que dirigía, con casi total autonomía del Gobierno, la Agencia de Salud Pública (FHM). Su mantra, jaleado por gran parte de la población y los medios, era que había que proteger la economía, que restricciones y cierres de fronteras eran una reacción exagerada, y que las cifras de muertos acabarían finalmente igualándose porque la segunda oleada sería más dura en el resto de Escandinavia.
Ha ocurrido exactamente lo contrario: la situación es hoy mucho peor que en las naciones vecinas, con una mortalidad muy superior que, además, ha desvelado graves carencias en su sistema de salud, sobre todo en las residencias de mayores, algo impropio en un país considerado modelo del Estado de bienestar. El 94% de los fallecidos por el virus tenía más de 65 años.
ADULTOS MAYORES, LOS MÁS DESPROTEGIDOS
Un demoledor informe de la IVO, la agencia estatal que supervisa los servicios sociales y de salud, acaba de concluir que buena parte de las residencias suecas no tuvieron la asistencia médica pertinente cuando estalló la pandemia, ya que se desvió en gran medida hacia los hospitales para tratar a pacientes con coronavirus.
En algunos casos, los ancianos recibían simplemente cuidados paliativos, como la administración de morfina y ansiolíticos, en cuanto mostraban síntomas de coronavirus, incluso sin haber dado positivo en un test.
Tanto desde las residencias públicas como desde las privadas, sus responsables han criticado la dejación de funciones de la FHM. “No tuvo una estrategia para proteger a los más vulnerables”, ha denunciado Eva Nilsson Bågenholm, directora de la red privada. “No hubo ni instrucciones, ni ayuda para testar a nuestros empleados, ni material de protección extraordinario”.
En la misma línea, Emma Spak, directora médica de la red pública, ha recordado que “las residencias son una parte de la sociedad, no establecimientos clínicos, por lo que sin tomar medidas especiales es imposible impedir que un virus se propague”. Entre los políticos, Annie Lööf, líder del influyente Partido de Centro, no ha dudado en calificar lo ocurrido de “tragedia nacional”, subrayando que “han muerto personas que podrían haberse salvado”.
Del peligro que la estrategia de laxitud suponía para las residencias ya advirtió en primavera el Foro Científico Covid-19 (Vetenskapsforum Covid-19), formado por reputados científicos residentes en el país y muy crítico con la FHM. Uno de sus miembros es el médico español Manuel Felices, jefe de Cirugía Endocrinológica en el NÄL Hospital de Trollhättan, al noreste de Gotemburgo.
Felices opina que se han sobrevalorado las capacidades del sistema de salud y las residencias: “La gran diferencia con respecto a otros países es que se insistía a diario en el número de camas de UCI libres, en lugar de en el número de infectados. Sin embargo, la ratio de camas de UCI por habitante en Suecia es de las peores de Europa, algo que llevamos diciendo desde hace años”.
“Las residencias fueron el talón de Aquiles en la primera oleada”, añade. “Aunque se han cargado las tintas en que el problema era que el personal que trabaja en ellas es extranjero, la realidad es distinta, y las deficiencias de base son más profundas que los problemas lingüísticos. La pandemia no ha hecho otra cosa que sacarlas a la luz”.
Suecia suma ya 7,514 muertos (742 por millón de habitantes), muy por encima de las tasas que presentan Dinamarca (160 por millón), Finlandia (82 por millón) y Noruega (71 por millón). El nivel de contagios, además, crece a mucha mayor velocidad. Hasta tal punto que en Estocolmo la ocupación de las camas de UCI asciende ya al 99%, mientras en ciudades como Helsingborg, en el sur del país, se está al borde del colapso.
CRÍTICAS
Ante datos tan incontestables, las críticas -tanto externas como internas- se han disparado. Especialmente incisivas resultan las declaraciones de Frode Froland, el responsable antipandemia noruego. Froland, que ya en mayo consideraba que sus homólogos suecos debían ser más prudentes y “humildes” (aseguraban que su estrategia era “la mejor del mundo”), apunta de nuevo contra la FHM: “La situación en Suecia, con una cifra de muertos increíblemente alta, es muy triste. Es positivo que el Gobierno haya intervenido, pero llega tarde. En Noruega se hizo en marzo. Esto es una crisis social, no sólo de sanidad. No se podía dejar en manos de una sola institución. El poder de la FHM ha sido desproporcionadamente grande”.
Desde la propia Suecia, Johan Styrud, jefe del Colegio de Médicos de Estocolmo, ha señalado que “el rápido aumento de las muertes es muy preocupante y consecuencia directa de cómo se ha vivido hasta hace un mes”. El diario Svenska Dagbladet ha consultado también a varios de los economistas más prestigiosos del país, que coinciden en calificar la estrategia de la FHM de “equivocación absoluta” e incluso de “catástrofe nacional”. Para el catedrático Robert Östling, unas restricciones más estrictas “habrían salvado vidas y, a largo plazo, beneficiado la economía”.
Entretanto, según los sondeos de DN/Ipsos, la confianza de los suecos en la gestión de sus autoridades se hunde: del 55% en octubre al 42% en noviembre, con un 82% “algo” o “muy preocupado” sobre la capacidad del sistema sanitario para responder al desafío del virus.
(FUENTE: EL MUNDO)