… Y en un Pucará se fue volando…
Columna de Jueves Sudaca
Por @Laflacadelamor
Era un avioncito Pucará de juguete y estaba encima de la televisión, de adorno. Era una réplica de ese gigante “made in Argentina”, que sobrevoló el cielo de las Islas Malvinas para defender a la Patria, como pudo. Y no pudo.
Ese día de 1986 –era invierno, recuerdo- yo tenía 14 años y estaba en la casa de una amiga mirando el partido de Argentina-Inglaterra desde el Estado Azteca, en el Mundial México 86. Lo mirábamos en la tele donde estaba el avioncito Pucará de adorno, como vigilando el partido, como sobrevolándolo. Y de repente comenzó la carrera y Diego Armando Maradona, al compás de la voz desenfrenada de Víctor Hugo Morales, se pasó a un inglés, a dos, a tres, a cuatro a cinco y llegó hasta el arquero y ¡GOLAZO! El barrilete cósmico –como le puso Víctor Hugo entre lágrimas- rompió todos los esquemas y nos regaló una felicidad desenfrenada que no tiene fin y que, como un loop, regresa siempre y hoy más que nunca ¿De qué planeta viniste, Diego?
Entonces, cuando estábamos entre los abrazos y los festejos de ese golazo histórico a los ingleses, el hermano más grande de mi amiga corrió hasta la tele, agarró el Pucará chiquito de adorno y, estrellándolo contra la pantalla en repetidas ocasiones y entre alaridos y lágrimas, gritaba: “¡Tomen hijos de puta, acá tienen, tomen hijos de puta!” Habían pasado cuatro años de la Guerra de Malvinas y ese día el Pucará chiquito de juguete había bombardeado a los ingleses y el piloto era Diego, el Gran Capitán.
Estoy lejos de mi tierra hoy pero más cerca que nunca. A los argentinos el fútbol nos pasa por la sangre, llega al corazón, se instala en las entrañas y, por último, toca el cerebro. Lo sentimos antes de pensarlo, lo soñamos antes de razonarlo… Nos hace gritar, cantar, abrazarnos, llorar, putear y sobre todo, nos encuentra y nos reencuentra.
Y todo eso hacía y hace Diego, el argentino más argentino que conocí en mi vida. Diego era y es “La Argentinidad al Palo”, como cantaban los Bersuit Vergarabat. Origen muy humilde, ruidos en la panza de hambre, un entendimiento con la pelota fuera de serie desde chico, un camino futbolístico en ascenso vertiginoso, una vida deportiva brillante y una vida humana muy humana, con varias vidas vividas y una que ayer se terminó, dijo “basta, chau” y se fue como llegó, solo.
Y nosotros hoy lo cantamos y lo lloramos al mismo tiempo porque así somos los argentinos. Vamos de la euforia de revolear la camiseta al grito de “Maradó, Maradó”, al abrazo entregado y lacrimoso entre bosteros y gallinas, ricos y pobres, kirchneristas y macristas, sin colores, partidos ni grietas.
Hoy leí una columna de Valdano en el país y contaba: “Cuando (Diego) entrenaba la tiraba hasta el cielo con un efecto que solo él entendía y, mientras la pelota viajaba, Diego hacía ejercicios como si no se acordara de lo que había dejado colgado en el aire. Pero cuando la pelota, ya cayendo, llegaba a su altura, volvía a mirarla haciéndose el sorprendido, para devolvérsela al cielo con otro efecto y olvidarse de ella otro ratito. Sabía exactamente el momento y el lugar del reencuentro. Lo demás corría a cuenta de su precisión milimétrica. Su infinito repertorio acomplejaba”.
Diego nos dio tantas alegrías… No recuerdo haber vivido mundiales tan felices como cuando él estaba en la cancha, su lugar favorito en el mundo, sin duda. Creatividad, belleza, precisión, habilidad, viveza criolla y la red estrellada una y otra vez, por encima de todo grande, coloso y mágico. Del Diego humano paso hoy… Me quedo con el fútbol y lo que me dejó en el alma para siempre.
Dicen que el astro que millones en el mundo idolatran, murió tremendamente solo. Dicen que en los últimos tiempos andaba triste, había sido intervenido quirúrgicamente, estaba sin pareja y peleado con familiares y la última persona que lo vio con vida fue el día anterior, por la noche. Uno de los hombres más amado del planeta se murió en una soledad importante, cuando tanta gente lo quería… Qué paradoja, Dios mío…
Dicen también que dijo hace años que, cuando muriera, quería que su lápida dijera “Gracias a la pelota”. Nosotros te decimos “Gracias a vos, crack, por tanta alegría”. Y hoy, en este momento, pienso que Diego se fue volando en el Pucará que estaba arriba de la tele de la casa de mi amiga, el día que le partió la madre a los ingleses en el Azteca.
¡Buen vuelo, capitán!