Cuando tu casa es mi casa ¡Gracias, Doña Lupis!
Martes Sudaca
Por @Laflacadelamor
Los yucatecos tienen una costumbre que no conocía hasta que viví aquí: Muchos, cuando se refieren a “su casa”, hacen referencia a la misma como si fuera “mi casa”. Un ejemplo: Me dicen: “Puedes pasar hoy por tu casa y luego vamos a tal lugar”. En realidad, se refieren a la casa de ellos, pero por un tema de confianza y gentileza, me hacen sentir que “su” casa es “mi” casa.
Entiendo el espíritu de la frase, pero no siempre siento que la casa de otro sea mía, casi nunca, bah. Sólo en un caso lo siento y hoy estoy triste porque esa casa ya no tendrá a su primera dueña. Era la casa de Doña Lupis, mi casa también.
Guadalupe Madrigal murió anoche. La última vez que la vi fue para las fiestas, compartimos juntas la navidad pasada. Ella y su familia -con la que no comparto lazo de sangre ni origen-, tienen la hermosa costumbre de hacernos parte de su vida. Era una mujer increíble, llena de vida y los años que tenía encima –que eran muchos- no se le notaban en lo más mínimo: eran joven por donde la vieras y eso transmitía, eso contagiaba.
La casa de Doña Lupis fue mi casa porque, a pesar de que no llevamos los mismos apellidos ni nacionalidad, ella así me hizo sentir, como una hija, una amiga. La primera vez que viví aquí no sólo me recibió a mí en su hogar, sino también a mi mamá cuando me vino a visitar. Y ni se conocían. Las dos se pusieron a platicar como grandes amigas y hasta cocinaron y comieron juntas.
Doña Lupis crió cinco hijos con su esposo Víctor en CDMX y, luego del terremoto del 89, eligieron Mérida para vivir. Trajo hijos de todas las edades: jóvenes, adolescentes y un niño y a todos los crío con muchísimo amor y comprensión. La amaban, la aman, ellos y sus descendencias.
Sabía contar historias, hacía fácil la vida, no complicaba situaciones, era una mujer que dejaba fluir, empática y sorora siempre. La última vez que la vi me contó sobre sus partos y me hizo reír y llorar de felicidad a la vez. Eso tenía esta mujer maravillosa, coqueta, chilanguísima al hablar, mexicanísima de cepa, madre, amiga, compañera.
La casa de Lupis era mi casa también. Tenía calor de hogar, comida rica siempre que ella cocinaba, alguna bebida espiritual para acompañar la plática y mucho abrazo y mimo. Doña Lupis era una gran abrazadora.
Maravillosa Lupis, mexicana hermosa, genia de la vida y del más allá, siempre estarás en nuestros corazones… Te queremos un chingo y gracias siempre por hacerme sentir tu casa, tu tierra y tu país como si fuera mío. Eso para mí no tiene precio.
Abrazo apretado a José Luis, hijo de Doña Lupis y mi amigo, porque gracias a él conocí a su mamá. Y a todos sus hermanos y familiares, mucha luz en estos momentos.
(En la imagen, Doña Lupis es la del corazón).
Muy calidas y sentidas tus palabras, que describen maravillosamente a la señora
Gracias, queridísima!!!