Rodando bajo la lluvia
Columna “El poder de mi bicicleta”
Por Verónica Camacho
Recuerdo una tarde como hoy. Me encontraba saliendo de la redacción donde trabajaba y las nubes amenazaban con una súper lluvia. Pero estarán de acuerdo conmigo en que, cuando es la hora de salida, uno no quiere dejar pasar ni un minuto que nos retenga en el centro de trabajo. Y quien diga lo contrario, miente.
Mis amigos y compañeros me dijeron “No vas a llegar”. Y para llegar a casa tenía que atravesar con mi bicicleta el Circuito Colonias, que hace 10 años atrás era el Periférico de Mérida. Así que ya se imaginarán: no tenía muchas alternativas porque sus alrededores son calles que se inundan al grado de ser chapoteaderos públicos.
Así que decidí, cual valiente que soy, emprender el camino a casa. Lo único a mi favor eran las luces potentes que llevo atrás y un impermeable amarillo, tipo bombero, que me regaló mi hermano.
Quiero decirles que uno de mis reglamentos personales para pedalear es, bajo ninguna circunstancia, tocar las alcantarillas o pozos pluviales que los ayuntamientos colocan para “resolver” las inundaciones en las calles. Y eso porque nunca estaremos seguros de que estén bien colocados… Para mi son trampas mortales.
Sigamos con el recuento; comencé a pedalear el Circuito Colonias cuando ya estaba la tormenta bajo mi cabeza… Pero bueno, como dicen en mi pueblo: “A lo hecho, pecho”, y continué el recorrido.
Llegó un momento en que no veía nada. La lluvia era tan pesada que parecía que mi armazón amarillo se desvanecía poco a poco.
En una parte del camino, una patrulla de la Policía Estatal se compadeció de mi y me escoltó la mitad del camino hasta entrar a la colonia de mi humilde vivienda. Nunca supe el nombre del policía, tampoco recuerdo el número de la patrulla para agradecerle. En ese momento, mi mirada se concentraba en sus luces rojas y azules que avisaban que “esta mortal” había tenido la osadía de andar en bici con tremenda lluvia.
La otra parte para llegar a casa es la avenida Alfredo Barrera, donde se hacen enormes charcos y es normal que haya un auto varado en medio del camino. Pero bueno, yo ya era un “Pich”, creo que así le dicen a los pájaros que se bañan en la lluvia, porque ya me daba igual pasar por esos enormes charcos.
Aquí me detuve un momento porque no es el miedo a mojarme, les juro que no, es el pánico a caer en estos baches enormes o en una de esas alcantarillas.
Puedo decirles que me encanta esta temporada, se agradece que baje la temperatura y la rodada sea más agradable, mi maquillaje llega casi intacto al lugar de los hechos (jaja, soy reportera), pero la lluvia no garantiza que pedalear sea mucha más fácil. Tenemos que doblar la precaución y con mucho más cuidado que en un día soleado.
Sin duda, la lluvia es un regalo maravilloso… Así como me encanta sentir el aire y el sol en mi cara, lo mismo disfruto las gotas sobre mi rostro, el mensaje, si así me lo permite, es tener mucho cuidado, llevar el impermeable, quizá algunas botas de plástico, una pequeña muda, porque en este mundo “Las piedras rodando se encuentran y tú y yo algún día nos habremos de encontrar, mientras tanto cuídate, y que te bendiga Dios, no hagas nada malo que no hiciera yo”.