En los zapatos del otro: ¿Y si fuera gay?
Columna Viernes Sudaca
Por @laflacadelamor
Intento explicar lo que me pasó el otro día.
Uno habla mucho de empatía, de ponerse en los zapatos del otro, pero ¿Cuántas veces somos realmente conscientes de que lo estamos haciendo? Pocas, creo yo. Como todo, es más fácil decirlo que hacerlo.
Pero el otro día lo hice sin querer, me salió así, del corazón.
Fui a cubrir al Congreso del Estado de Yucatán la votación de diputados por la ley de Matrimonio Igualitario. Todos ya sabemos el resultado: nos guste o no, los legisladores eligieron en secreto que no fuera ley. Hay mucha gente que está en contra de esta decisión y también hay mucha gente que está a favor.
Bueno, el tema es que, cuando terminó la votación, me puse a entrevistar a personas. Francamente no conocía a los entrevistados, sólo me acerqué y les pregunté sin tantas vueltas ni planificación, como suelo hacer. Me parece que así las cosas salen mejor y más espontáneas.
Eran personas que querían que el matrimonio igualitario fuera ley y lo anhelan desde hace mucho tiempo. Los motivos que tienen son sencillos y claros: quieren casarse por civil para tener los mismos derechos que una pareja heterosexual. Pero otra vez un revés, un gancho a la quijada, casi un knock out.
No los quiero aburrir con las impresiones que me dieron en detalle. El mensaje general que recibí de estas personas fue una sonrisa sin enojo, miradas cansadas, gestos con las manos y actitud corporal en general que ya hicieron miles de veces con respuestas como: “Ya esperábamos que no saliera”, “Seguiremos luchando”, “Esto recién empieza”, “La lucha continúa”, “Iremos a la Suprema Corte de Justicia”, y cosas así.
En ese momento algo me pasó. Es como que me frené en seco y sentí, por unos instantes, lo que ellos sienten: Querer algo, luchar por eso, no conseguirlo y seguir intentándolo.
Me vino un cansancio inmediato, mezclado con impotencia y miedo. Creo que yo no podría hacer lo que hacen ellos. Casi les aseguraría que no.
Soy heterosexual y me puse a pensar lo siguiente: ¿Qué hubiese pasado en mi vida si me hubiesen gustado las mujeres en lugar de los hombres? No me refiero a una elección, hablo de “ser” gay.
¿Cómo se lo hubiese contado a mis papás y cómo lo hubiesen tomado? ¿Cómo y quiénes hubieran sido mis novias adolescentes? ¿A qué edad habría convivido con una mujer por primera vez en mi vida? ¿Qué hubiese pasado si, siendo gay, hubiese querido ser madre?
Y me vino a la mente una situación que viví ya hace muchos años, en Buenos Aires. Una madrugada desperté con dolores insoportables de abdomen. Mi ex pareja hombre me llevó corriendo a una clínica: “Su mujer tiene peritonitis, hay que operar urgente”, le dijeron los médicos. Mis papás vivían en otra ciudad y él era mi única familia en Buenos Aires. Si mi pareja hubiese mujer, no hubiese podido entrar a terapia intensiva a verme: “Sólo familiares”, te dicen.
Tampoco habríamos podido comprar una casa como esposos ni habríamos tenido beneficios de obra social, seguro médico ni créditos. Mucho menos me hubiese podido heredar si fuese mujer. Ni yo a ella, claro.
Y si hubiésemos tenido un hijo “Juntas”, también sería un problemón anotar al bebé en el Registro Civil ¿Podría llevar los apellidos de las dos mamás?
¿Les digo la verdad? Yo no sé qué haría. No sé si aguantaría tanta chinga de años sintiendo que soy distinta a lo que la sociedad estipula y sin poder cambiarlo, deseando algo sin lograrlo, queriendo a alguien sin poder demostrarlo, sin concretarlo plenamente, sin la aprobación de muchos y muchos menos con el dedo acusador de tantos otros.
Cuando apagué la filmación que les hice a los entrevistados que no conocía, me hubiese gustado decirles: “Chicos, no sé cómo le hacen, pero los entiendo. Salté a sus zapatos y vi todo con otros ojos y me dio miedo. Miedo de mí, de no aguantar, de bajar los brazos, de no poder seguir. Admiro la constancia de seguir adelante con esta elección de vida que no jode a nadie y continuar hasta las últimas consecuencias. Mis respetos y mi apoyo”.
Soy mayormente positiva, pero creo que nuestra generación tiene serios problemas para ponerse en los zapatos del otro. Ve más su ombligo que lo que nos rodea. Por eso las cosas no fluyen, nos ponemos anteojeras y no avanzamos.
Pero hay un cambio ineludible que ya es un hecho y está en los que vienen. Las generaciones nuevas tienen otro chip y ya no importa quiénes ni cómo los educaron. Hay un cambio de cabeza, de paradigma y la mirada se hizo más extensa, mutó de 180 a 360 grados.
Hace mucho que la reman y todavía falta. No sé si verán el cambio mañana, ni en un mes, ni en 10 años. Pero los que vienen, les aseguro, ya están en sus zapatos.
Muchas gracias por tu artículo ! Imagina ahora lo que siente una madre con un hijo homosexual……. primero entender que el nació diferente a tus demás hijos….después tristeza infinita de saber que va a sufrir mucho sin merecerlo porque es el mejor de los hijos y lo amas incondicionalmente…después pavor… de que le cierren las puertas lo agregan e inclusive….lo maten …por ser quien es dando la cara al mundo sinceramente.
Martha querida… Gracias por este aporte. Deberías escribir una columna sobre el tema. Es necesario que la gente vea otros puntos de vista y corra la mirada de su ombligo. Te abrazo fuerte y cuando quieras, te publicamos.
Muchas gracias por tus palabras y empatía. Por esta publicación que suma. Suma a las libertades, derechos, y vida digna.
🙂
Gracias a tí, Maru!!! Lo escribí con el corazón despanzurrado. Abrazo grande.
Gracias por tus palabras yo también soy madre de dos maravillosos chicos a los cuales amo profundamente y duele, duele ver la injusticia de tantos años contea esta minoría, duele ver el cinismo e hipocresía de nuestro seudo diputados que no tuenen ni idea del tema y si perpetuan una historia de discriminacion muy dolorosa y que aún continúa. Tenemos que pararla de alguna manera. Excelente artículo.
Gracias a tí, Nelia, por tus hermosas palabras. El cambio ya se viene, incluso lo estamos viviendo, pero falta. Si quieres escribir sobre el tema, desde tu experiencia como mamá, puedes hacerlo, eres bienvenida. Abrazo apretado!