“La cueva te absorbe en todos los sentidos”
Una mujer con una cámara fotográfica bajó al inframundo de la cultura maya y nos cuenta todo. Se llama Leyla Ortega, es fotógrafa y coordinadora de Comunicación y Vinculación del Proyecto Gran Acuiéfero Maya y comparte con nosotros sus sensaciones cuando redescubieron la cueva-santuario Balamkú, que ayudará reescribir la historia de Chichén Itzá
“Balamkú” significa “dios jaguar” en maya, ese animal mítico con la capacidad de entrar y salir del inframundo. Balamkú es también el nombre de la cueva que redescubrió el equipo del Proyecto Gran Acuífero Maya y que hoy empieza a mostrarnos las maravillas de este santuario subterráneo ubicado en Chichén Itzá, que ayudará a reescribir la historia de esta cultura del año 700 al 1000 DC en este nuevo milenio.
Leyla Ortega tiene 30 años y hace ocho dejó su natal CDMX para vivir en el Sureste. Cancún es su base, y desde allí vive fascinada con toda la cultura maya, los cenotes, la historia, sus museos y las exploraciones para descubrir cada día más. Tanto es así que desde hace cuatro años trabaja como coordinadora de Comunicación y Vinculación del Gran Acuífero Maya (GAM), proyecto del INAH y Nat Geo que dirige el investigador Guillermo de Anda.
Leyla tiene dos ojos como nosotros y otro más: el lente de su cámara. Esta mujer tuvo el honor de bajar a los confines de la tierra para descubrir el enorme tesoro histórico que habita en el inframundo de la cueva-santuario de Balamkú y acá te lo cuenta todo.
¿Qué es Balamkú?
Antes que nada, es una cueva muy difícil de explorar. Cada vez que entramos desde junio nos tomaba seis horas mínimo. El contexto del lugar es difícil y delicado por los materiales arqueológicos que hay y sólo se ha explorado una tercera parte, pensamos que la cueva es mucho mas extensa… Hay túneles que no hemos recorrido y esos pasajes son muy complejos y extremos, por eso trabajamos de forma muy precavida con nuestra seguridad y la del entorno. Cada vez que bajamos trabaja un equipo multidisciplinario de arqueólogos osceanógrafos, espeleólogos dirigidos por el investigador Guillermo de Anda… Estamos desde junio y por eso recién ahora se da la noticia. El trabajo que sigue es enorme.
Cuéntanos cómo fue la primera vez que bajaste a Balamkú
Híjole… (Emocionada) La primera vez entró sólo el doctor De Anda y me pidió que esperara en un sitio, no ingresé con él. Fue más bien una exploración de terreno en la que se encontró una escalera maya de unos ocho metros. Eso nos indicó que había sido modificada la cueva. También se hallaron pedazos de vasijas de cerámica regados por estos caminos. Los mayas habían estado allí.
¿Cómo sentiste el ambiente?
El 90% del recorrido es a rastras, sobre tus rodillas, manos, codos y pecho. Esto lo hace sorprendente y piensas cómo es que los nativos mayas lo hacían sin los equipos de seguridad, lámparas y cámaras con los que nosotros entramos. Ellos recorrían más de 500 metros a rastras para llevar ofrendas frágiles de cerámica en un contexto súper complejo y difícil.
¿Cómo se respira? ¿A qué huele la cueva?
El ambiente es húmedo, hay mucho goteo, estalactitas… Cuando avanzas y te acercas más al manto freático, hay mucho lodo y eso lo hace mas difícil. El lodo se te pega a la ropa como cemento. La primera vez percibimos una brisa fresca y pensamos que podía existir otra entrada que permitía la corriente de aire, pero en otras ocasiones ya no la sentimos. El olor de la cueva es a tierra, te conecta con lo natural.
¿Qué sentías mientras avanzabas? ¿En qué pensabas?
Cuando te vas arrastrando vas sintiendo la cueva, sientes que estás en otro mundo. Pierdes la noción del tiempo y te olvidas que vienes del exterior. La cueva te absorbe en todos los sentidos.
¿Qué ocurrió la segunda vez que entraste?
Algo fuera de lo normal. Guillermo iba delante mio arrastrándose y yo tenía sus pies casi sobre mi cara, además de que cargaba todo mi equipo. Había como cinco túneles, exploramos cuatro y no daban a ningún lado. Quedaba uno, avanzamos por ese túnel y encontramos una vasijita que marca el inicio del lugar. Pecho a tierra, yo seguía detrás de Guillermo cuando escucho que me dice: “Tenemos un problemita”.
¿Qué pasó?
Guillermo me dijo: “Oye, hay una serpiente que no nos permite el paso”. Era una coralillo, venenosa. Regresamos a la superficie y platicamos esto con la gente de la comunidad. Nos dijeron que para ellos la serpiente era el guardián de la cueva que resguardaba la entrada al pasaje y justo estaba ahí, en el lugar que lleva a las ofrendas. Ese día ya no regresamos. Las tres veces siguientes la serpiente seguía ahí, quietecita.
¿Como le hicieron?
Le tomamos una foto y se la mandamos a un biólogo. Él nos dijo que si pasábamos sin hacerle nada, ella no nos iba a agredir. Y así lo hizo Guillermo. Yo me quedé esperándolo durante un tiempo que para mí fueron 30 minutos, pero pasaron más de dos horas. Cuando regresó estaba extasiado, cansado, abrumado y feliz. Ahí pude filmar su testimonio de las ofrendas que encontró. Cuando regresamos la vez siguiente, la serpiente ya no estaba. En cierta forma, ella, la guardiana, nos estaba permitiendo entrar en el lugar.
¿Qué viste cuando por fin entraste?
Llegas a otra cámara a la que accedes al subir unos pequeños escalones y allí la bóveda se abre y hay una ofrenda con muchísimos platos, vasijas, pinturas, incensarios de distintos tamaños y diseños de la cultura Tláloc, que es del centro de México. Esa es una gran incógnita por resolver: Qué hace un incensario así en Chichén Itzá.
Luego pasamos varios túneles muy pequeñitos y llegamos a una cámara que se abre de dos metros y medio y encontramos la ofrenda: ocho o nueve incensarios que estaban en un rinconcito. La cueva te va marcando el camino, la misma cueva te habla y te dice por donde avanzar.
¿Sensaciones?
Cuando observas es inevitable preguntarte cómo esas personas entraron aquí. Te las imaginas depositando las ofrendas… Es una sensación fascinante y única. Te invade de inmediato un respeto hacia la cueva porque es un santuario, un lugar sacro.
¿Con qué equipo trabajaste abajo y cómo fue hacer la chamba?
Además de todo el equipo de seguridad, trabajo con una cámara Sony pequeña que toma fotos y filma. También todos los exploradores llevan una Go Pro para documentar el trabajo en vídeo. La falta de aire en la cueva complica un poco el trabajo por eso llevamos un tanquecito de oxígeno. Tomar una foto no es fácil, hay que acomodarse, aguantar la respiración, acomodarte bien para que la luz sea la correcta… Es extenuante.
¿Qué sigue ahora?
Mucho, mucho trabajo. Continuar los trabajos de exploración pero a un nivel de detalle importante y de manera multidisciplinaria. Estamos realizando un registro digital en tercera dimensión que privilegia el contexto y se hará un estudio minucioso de distintas áreas de investigación apoyados por tecnología.
¿Quieres volver a entrar a Balamkú?
¡Mi cámara y yo ya estamos listas para regresar! – Cecilia García Olivieri.
Excelente entrevista, es increíble lo que hacen para llegar a esos lugares tan escondidos en la tierra, creo que a través de sus palabras podemos revivir esa magnífica experiencia . Felicidades!!!
Millón de gracias por las porras!!!