“Ayudarnos entre nosotros es la única forma de salir adelante”
Mujer Emprendedora: Celsa Iuit Moo
Las manos mágicas de Celsa Iuit trabajan el henequén desde hace casi 70 años y en pocos días recibirán el reconocimiento “Consuelo Zavala Castillo” por su labor y aporte a la comunidad. Será el 8 de marzo, Día Internacional de la mujer”, cuando se premie a esta emprendedora. Entérate de quién es:
¿A qué huele el oro verde? Antes que nada, huele a verde. De planta, de clorofila, de vida que mama la tierra. E inunda el aire de Xocchel apenas uno va llegando al pueblo. Es un aroma rico, persistente, que invita a inflar los pulmones y a dejar el aire de más adentro, antes de soltarlo suavecito. El olor a henequén da sensación de vida.
En Xocchel vive una mujer chiquita pero grande. Se llama Celsa Iuit Moo, es bien pequeñita y este año cumple 80. Pero Celsa no es grande por edad, porque realmente no los aparenta… Es más bien grande por las cosas que ha logrado y que logra en la vida. Y Sumario Yucatán platicó con ella para que nos cuente.
Este 8 de marzo próximo, Día Internacional de la Mujer, Celsa será homenajeada con el reconocimiento “Consuelo Zavala Castillo”, dedicado a mujeres que destacan en campos como ciencia, cultura, política, economía, lucha social y derechos humanos.
Esta mujer chiquita pero grande y emprendedora, hace casi 70 años que es artesana y que con la magia de la imaginación, sus manos, sus proyecciones y la cabeza bien clara, no sólo ha prosperado ella en la elaboración de productos artesanales de henequén, sino que también ayuda a generar ingresos a 35 familias. Y con casi 80 años no tiene techo.
Ahora anda “Del tingo al tango” –de Xocchel a Mérida- preparando una muestra de sus trabajos para el 8 de marzo. La llaman por teléfono (uno chiquito como ella y analógico) del Congreso para afinar detalles de la entrega y ella atiende a todos y se hace un tiempo para todos.
Y nos recibe y se pone a platicar con nosotros en su taller de Xocchel, un espacio pequeño y pintado de un azul rabioso, donde hay formas de fibra de henequén por todos lados… Algunas anacrónicas, otras que estallan de colores furiosos.
Esta mujer emprendedora no tuvo una vida fácil y todo lo cuenta en presente, como si lo estuviera viviendo ahora. “Soy la quinta hija de Feliciana y José María. A mi papá siempre lo recuerdo enfermo, o por lo menos desde que yo tengo ocho años. Estaba siempre en su hamaca, no podía caminar y conversar. No era cáncer lo que tenía, se le cayeron los nervios del corazón y en esos tiempos no había médicos que salvaran vidas como ahora….”, cuenta, resignada.
Así que Celsa, a los 12 años, ya trabajaba para ayudar a su mamá. Hacía lavado y torteaba en la finca San Pedro Xocchel y sólo pudo hacer hasta tercer año de primaria. Pero un día todo cambió…
“Mi madrina Marcelina iba cada ocho días a Mérida a llevarle ropa y comida a su hijo que estaba en la zona militar y yo la acompañaba. Pero a ella no le gustaba que los soldados me miraran entonces, cuando llegábamos al Mercado Lucas de Gálvez, ella me dejó un día en un puesto que se llamaba “La Isabelita” y que vendía de todo. Me dijo “Usted se queda aquí y no se mueve hasta que yo regrese”, y así lo hice, recuerda.
Pero el movimiento del puesto de La Isabelita –donde se vendían artesanías, hipiles y otros artículos de ropa- cautivó a esta niña de 12 años. “Empecé a ayudar a la dueña (Isabelita) a vender y la gente estaba contenta con mi trato. Cada ocho días que venía mi tía, yo la acompañaba y me quedaba en el puesto del mercado vendiendo”, relata.
Hasta que un día llegó doña Paula, una artesana y persona clave en la vida de Celsa. Ella le preguntó a la niña si estaba interesada en hacer artesanía y Celsa le contó de su inquietud de trabajar el henequén (su abuelo lo traía de la finca donde laboraba).
“Yo ya había pensado qué cosas podía hacer con henequén y le pedía a doña Paula un molde de simplificador para hacer florecitas. Ella me lo trajo y apenas llegué al pueblo, agarré los materiales que traía mi abuelo y empecé a trabajar el henequén”, recuerda, fascinada.
Y así chiquita de edad como era, supo que no podría hacer todo sola, así que se reunió con otras niñas de su edad y les enseñó lo que ella había aprendido del oficio de artesana.
“Me empezaron a venir ideas a la cabeza de figuras para hacer en henequén y nos juntábamos con otras niñas de 12 o 13 años en una casa, sentadas en hamacas y a la luz de una vela o de la luna a trabajar. Así fuimos aprendiendo todas”, cuenta.
Hasta que llegó la primera entrega para llevar a Mérida: “Eran ocho bolsas redondas y blancas que llevé a “La Isabelita” para vender y se las llevaron inmediatamente. Ahí me pidieron que trajera más, pero también me espiaron de otros puestos y me pidieron artesanías para que lleve”, relata.
Celsa recuerda que vendió las primeras bolsas a 20 centavos cada una y que llegó a Xocchel y repartió el dinero con sus amigas. Desde ahí no pararon de hacer artesanías nunca más.
MUJER ORQUESTA
A los 13 apareció un hombre viudo que la quería conquistar, pero los padres de Celsa no le dejaban verlo.
“Mis padres me lo evitaron. Manuel era viudo y ellos me dijeron que yo no me iba a embarrar con un señor 10 años más grande que yo. Entonces él me mandaba papelitos con mensajes y yo medio los leía y luego los quemaba para que no los viera mi mamá”, recuerda, con adrenalina.
A los 15, Celsa recibió el consentimiento de sus padres y se casó con Manuel. Seguía prosperando en las artesanías pero Manuel, campesino, al principio se opuso a que trabajara porque “Yo soy el hombre para mantenerte y ¿Qué va a decir la gente que trabajas?”, le dijo. Hubo pleitos, Celsa no lo niega, pero nunca bajó los brazos ni dejó de trabajar.
“Tuve 12 hijos, 10 viven y dos murieron. Cuando tenía tres niños, mi esposo se enfermó muy mal y tuve que tomar las riendas de la casa sola porque él no podía trabajar. Así que dejaba los niños con vecinos o parientes, iba a vender a Mérida, regresaba, me encargaba de mi esposo, de la casa y de los niños, trabajaba como artesana y volvía a hacer todo de nuevo”, cuenta, como en un ciclo infinito.
Manuel estuvo mucho tiempo enfermo (primero de tifoidea y luego de hepatitis), y cuando se curó ya no podía volver al campo, así que arreglaron los pleitos con Celsa y comenzó a trabajar con ella en las artesanías y hasta fue reconocido por su trabajo. Murió hace poco más de dos años.
Celsa lo extraña pero su ímpetu, fuerza y ganas de hacer cosas no la detienen para seguir trabajando. Las manos de Celsa, llenas de surcos de la vida, son suaves aunque maneja la fibra del henequén hace casi 70 años “¿Usa cremas, se pone algo?”, le preguntamos. Ella se ríe y dice que nada de nada y que nunca se lastimó.
Hace años 35 familias de tres municipios forman parte hoy día del equipo de trabajo artesanal de Celsa, quien fue ganadora en 2007 del Premio Nacional de Ciencias y Artes. Un cuadrito con el entonces presidente Felipe Calderón que ella muestra orgullosa son testimonio fiel de ese momento. Gracias a este premio, en 2009 pudo construirse su propio taller, donde hoy la visitamos.
Su trabajo le permitió viajar por muchos estados del país y hasta conoce Dinamarca. Dice que fue en época de frío, pero no se la ve traumada por ese hecho, al contrario.
“Yo crecí con muchas necesidades y al día de hoy te puedo decir que se puede vivir de esto ¿Que si estoy cansada? Claro que no… Trabajar me anima, me motiva y siento que me revive”, dice, fascinada.
¿La artesanía sigue viva? ¿Hay artesanos jóvenes que sigan con esta tradición del henequén?, le preguntamos y Celsa no duda ni un segundo en contestar: “La artesanía no se va a morir nunca. Hoy día hay artesanos de 12 y 15 años que aprendieron el oficio y se dedican a esto. Tengo una nieta que empezó a los siete y ahora, con 25, es mi compañera en todo esto. Se vende en el país y también a los extranjeros, que siempre están interesados”, remarca.
Con una vida dedicada al trabajo y hoy reconocida, Celsa niega con la cabeza y dice que ella se ve como una mujer “común y corriente”. “Sigo respetando hoy día a los más chicos y a los más grandes porque siempre hay que mostrar el ejemplo y alinearse al camino que uno se propuso y nunca caer, nunca”, señala.
Antes de irnos, le pedimos a Celsa un mensaje para mujeres emprendedoras y nos cuenta: “Hay que ser muy organizada, nunca hundirse en el dinero. También hay que saber manejarse con la gente que te rodea y, sobre todo, hay que enseñar a los demás cómo ganar dinero y ampliar el negocio. Ayudarnos entre nosotros es la única forma de salir adelante”, concluye.- Cecilia García Olivieri.
(En la foto de portada, Celsa posa con su nieta Sara, quien hoy día trabaja con su abuela en artesanías).