“La Sustancia” y una larga sensación de vacío, tristeza y un poco de asco
Columna Mínimas Sudacas
Por @LaFlacaDelAmor
La semana pasada murió la icónica actriz española y Chica Almodóvar Marisa Paredes. Entre todos los vídeos que aparecieron de ella en las redes sociales y que devoré con emoción y casi siempre llorando, uno me dio pie a escribir esta columna, después de ver la película “La Sustancia”.
Allí aparece la Paredes: anciana, preciosa y arrugada, diciéndole como diva que era y es al público: “La dictadura de Hollywood nunca me ha gustado. Hollywood no soporta las arrugas (y se agarra la cara), yo no podría estar sin operar en Hollywood, no me dejan, no soportan las arrugas y yo creo que la arruga es bella” (ovación).
Y yo, que no soy actriz de Hollywood pero acabo de pasar los 50’s, me identifico con Marisa y pienso como ella. Y me agarro la cara sin operar y opino que mis arrugas son tan mías como bellas. Ellas me definen, hablan por mi, cuentan mi historia. Y cada vez entiendo más que la juventud eterna es una farsa que nos vendieron, nos tratan de imponer y que cada vez nos tiene más hartas y hartos a todos.
E ilusamente pensé que “La Sustancia” -escrita y dirigida por una mujer (la francesa Coralie Fargeat)- sería un film sororo e iría por ese caminito: por el de no responsabilizar a la protagonista por el mandato social de querer esa juventud eterna para subsistir en el show business, y que los malos serían realmente los malos y se vayan de una puta vez al paredón de la cancelación.
Pero no. Siempre no.
Y qué hueva me dio de la mitad de la película hasta el final.
La Sustancia es una sátira de terror protagonizada magníficamente por Demi Moore (bravo por ella), Margaret Qualley (la versión joven y bella que literalmente “parió” Demi Moore) y Dennis Quaid (el horroroso hombre del show business).
Claro que la película plantea como fuerte crítica social los imperativos de la belleza, la juventud y la estética cuando la sesentona estrella del fitness Elisabeth Sparkle (Moore) es descartada cuando su cuerpo comienza a dar muestras del paso del tiempo. Eso es innegable.
Sin embargo derrapa en mi opinión cuando nos deja vacíos de venganza ni expiación, con un final (que empieza como a los tres cuartos de la película) a puro gore y sin un marco teórico.
La idea está buena, eso sí. Cuando Elizabeth tiene que dejar su chamba por no tener juventud eterna, recibe una invitación clandestina para probar una sustancia que promete devolverle “la mejor versión de sí misma”.
Y ahí ya empiezan las ondas gore. Elisabeth va a parir su propio acabose. Ella “da a luz” literal por la espalda a “Sue”, quien es una hermosísima mujer en sus 20 y tantos, de carnes turgentes y, claro, su versión joven. Y ahí empieza la destrucción de esta mujer –de las dos- a la que la directora responsabiliza totalmente de su fatídico desenlace.
Porque, en definitiva, el único castigo que recibe la industria del entretenimiento y el espectáculo es el espantoso final de clima gore: demasiado extenso y sin sentido para mi gusto. Todo pasa más por la estética (me hizo acordar una escena a Kubrick en El Resplandor) que por otra cosa.
Lástima y lastima también la soledad de la protagonista, en un mundo de tantas mujeres y sin una pizca de sororidad. Me dejó una sensación de vacío, de tristeza y de un poco de asco.
Véanla ustedes y me cuentan.-Cecilia García Olivieri (alias @LaFlacaDelAmor).